06.02.2019 BASURA CERO

Termovalorización

Autor: Fernando Diez
En las altas esferas de decisión, cada vez son más importantes las consignas y menos importantes los estudios abarcadores, los informes especializados, y las evaluaciones integrales de los problemas ambientales. Nuevos términos nos asaltan con la fuerza de la novedad para sugerir que una tecnología de avanzada solucionará, en el final del proceso, problemas que no quisimos afrontar al comienzo del mismo.

En el caso del término “termovalorización”, cuya connotación positiva encierra una duplicidad engañosa, incluso técnicos especializados sucumben ante su demagogia planteándose el siguiente razonamiento: ¿qué mejor que obtener energía de una basura que no sabemos ya donde ocultar, sustituyendo además las emisiones que producirían otros combustibles fósiles? Falsas opciones que pertenecen al tiempo pasado de los países más avanzados en el tema del tratamiento de los residuos. Países como Suecia, que cuenta con 32 plantas, encuentran que sus usinas incineradoras de residuos están obsoletas, ya que sus programas de reducción de residuos han tenido tanto éxito, que no cuentan con suficiente basura para alimentarlas, afrontando tener que cerrarlas o importar basura de países menos ordenados.

El principal equívoco consiste en utilizar el término para definir el problema. Porque el problema no es qué hacer con la basura, sino porqué producimos tanta basura. Al mismo tiempo, la generación de energía, debe mudar hacia fuentes limpias, no hacia otras fuentes fósiles. Incinerar residuos para producir energía inevitablemente producirá una demanda de residuos y la ilusión de que estos son beneficiosos. Pareciera que se olvida que los principios de la sustentabilidad tienen un orden de prioridades inverso: reducir, reusar, reciclar, y recién en última instancia tiene sentido la incineración con cogeneración de energía. No olvidemos que esa basura, compuesta en su mayor proporción de envases descartables (que además aportan el mayor valor calórico) ya generó innecesarias emisiones de CO2 en su proceso de fabricación, distribución, y recolección. Grosso modo, podemos pensar que dos de cada tres camiones de basura recogen envases descartables. Al hacerlo, la ciudad esta subvencionando indirectamente a sus fabricantes, porque el mayor costo de un envase descartable es, precisamente, recogerlo y reciclarlo. Estimula, de ese modo, una modalidad comercial que no ha dejado de crecer en la misma proporción que ha crecido la basura domiciliaria. Por ese motivo, las legislaciones ambientales avanzadas ponen un impuesto a esos envases, de modo que el costo de su procesamiento se refleje en el precio de venta en góndola. Cuando eso sucede, como en Alemania, los envases retornables recuperan terreno, porque son más baratos para el consumidor, más convenientes para la economía de la ciudad, y más racionales en términos de sustentabilidad ambiental (sin mencionar, que producen más puestos de trabajo).

Es contradictorio que la Ciudad de Buenos Aires se lamente de que no puede cumplir con la reducción progresiva de residuos que exige la ley de Basura Cero, y al mismo tiempo continúe subvencionando los envases descartables al recogerlos gratuitamente. La construcción de una usina incineradora (termovalorización mediante) sería otro paso en esa dirección, que inevitablemente serviría para estimular el demencial ciclo del descarte sistemático. Una medida contraria a las necesarias reducciones de emisiones de CO2 con que las sociedades deben comprometerse para contener el cambio climático.

El camino hacia una ciudad sostenible está señalado por aquellas políticas que desalientan la producción de basura, atacando el problema en su origen, como el gravamen sobre los envases descartables, el compostaje de los residuos orgánicos y el reciclaje de los demás.

Las usinas incineradoras son caras, solo sirven para una parte de los residuos, y solo tienen sentido por un periodo de tiempo limitado, mientras se reduce la producción de residuos. Una ciudad acorralada por la basura que ha acumulado no puede descartar ninguna opción, pero la incineración no puede ser una solución desesperada, sino parte de un plan donde la producción de basura sea al mismo tiempo desalentada. Sin esa condición, los vecinos terminarán pagando un nuevo subsidio indirecto a los envases descartables y las empresas embotelladoras, fomentando una espiral que solo hará aumentar la basura que producimos y solo nos hará retroceder en la obligación de reducir las emisiones de CO2.

La palabra “termovalorización” viene a encubrir que la incineración gratuita de los envases descartables inevitablemente estimulará su producción.


Fernando Diez

Arquitecto y urbanista, académico de número de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente