19/01/2018 - Clarin.com | ARQ Miguel Jurado
La residencia de los atletas olímpicos se convertirá en un nuevo barrio después de los Juegos. Su diseño y sus dificultades de integración urbana pueden convertirla en un ghetto.
Hace cuatro años se lanzó el primero de los cinco concursos ideados para crear un pedazo de ciudad tradicional en la Comuna 8. Ese experimento urbano dio origen a lo que será la Villa Olímpica este año, cuando se lleven a cabo los Juegos Olímpicos de la Juventud; y viviendas para vecinos y pioneros, después.
Esta extraña estrategia se basaba en convocar varios concursos para una misma iniciativa urbana y que cada equipo tomara a su cargo el diseño de edificios en lotes dispersos en distintas manzanas. El objetivo era evitar la monotonía de un proyecto diseñado de una vez y por una misma mano.
Varios de los conjuntos de monoblocks que ya existen en Lugano deben haber asustado a los funcionarios del momento. Lo cierto es que, con sus más y sus menos, cada proyectista ganador de un concurso desarrolló edificios en esquina, entre medianeras y con variedad de tipologías. Después los constructores tergiversaron un poco (pero poco) cada proyecto y ahí está el resultado a la vista.
Es cierto que se logró la diversidad que se buscaba, pero no fue gratis. El diseño de cada edificio tuvo que pagar algunos costos. La lógica de los lotes con medianeras, esquinas apretadas y orientaciones azarosas no siempre permiten la mejor solución. Está claro que el gran problema es que el plan urbano no fue demasiado lúcido, ni innovador, ni beneficioso. De hecho, nunca fue concursado.
Así las cosas, hoy, con solo visitar la Villa Olímpica casi terminada se nota que todo el esfuerzo de los proyectistas encorsetados en lotes de dimensiones y proporciones caprichosas no disimulan algunas limitaciones del planteo urbano que, además, empeorarán cuando el conjunto esté terminado.
Hay que tener en cuenta que hoy la Villa Olímpica ocupa apenas 29 de los 90 lotes que tiene todo el desarrollo. Y si bien el planteo es generoso en espacios públicos, es mezquino en las dimensiones y la proporción de los lotes, lo que limitó mucho las variantes que permitió a cada proyectista.
Pero el master plan tiene otro pecado original. La canonización ochentosa de la manzana cuadrada y su sacrosanto corazón libre hizo que el planteo urbano se viera como la solución que mejor combinaba con las manzanas porteñas y las calles corredor. En algún momento, el esquema tranquilizó porque dejaba pensar que la impronta cuadrada podía crear una continuidad con el tejido tradicional de nuestra ciudad.
Sin embargo, la Villa Olímpica y el pedazo de ciudad que generará tienen serios problemas de relación física con el resto. Por su ubicación y por las características de su entorno inmediato, que no reconocen rasgo alguno del idílico amanzanamiento de las “Leyes de Indias”.