14/11/2020 | Clarín de ARQ
Por Luis Grossman
Ante las consignas negativas, recordemos, por caso, la oposición al Metrobus de la 9 de Julio, que ha quedado en el olvido.
Cada tanto, por distintas razones, evoco lo acontecido con un colega amigo y la reforma del Parque Centenario en la segunda década de este siglo. El amigo vive a corta distancia de allí. Y, como por causas que ignoro era kirchnerista, apoyaba las airadas protestas (abrazos simbólicos, petitorios e incluso acciones violentas) que se oponían a la posible reforma del parque que ocupa el centro geográfico de la Ciudad.
He aquí que la reforma se hizo y mi amigo, compungido y mirando a un costado, me reconoció que “la obra quedó muy bien”, de tal modo que desde entonces va todas las mañanas para oxigenarse y hacer gimnasia en los aparatos instalados con ese fin. “Todo el vecindario -me dice- que estaba en contra de la reforma, está encantado con el nuevo parque”. Debo apuntar que lo mismo sucedió en otros espacios públicos, entre ellos la Plaza Irlanda, en Caballito Norte.
En los ocho años que me tocó ser Director General del Casco Histórico de la Ciudad fui testigo de una controversia que esterilizaba cualquier iniciativa. De un lado la consigna era “Todo debe preservarse tal como está”. Del otro se sostenía que hay que demoler todo y levantar un vecindario ejemplar por su modernidad. Cosa que, dicho sea de paso, había proyectado años antes el inolvidable Antonio Bonet.
Virtual. La sesión en la que se aprobó el desarrollo urbanístico en Costanera Norte, en octubre.
Por supuesto, y tal vez por eso mi conducción no haya trepado a los titulares de los diarios, no accedí a ninguna de esas actitudes axiomáticas. Se respetó el espíritu y la escala del área fundacional de Buenos Aires y se hicieron intervenciones con lenguaje contemporáneo. El Medanito, de Hampton-Rivoira; La Defensa, de Daniel Silberfaden; el Banco de Córdoba y los portales del Palacio Barolo, de Alric-Galíndez son muestras de ese enriquecimiento visual y vivencial de lo que pudo ser un geriátrico arquitectónico.
Se hizo un concurso de ideas al que se presentaron casi cien trabajos y vale poner de relieve que fueron la Sociedad Central de Arquitectos y la FADU-UBA las que organizaron y realizaron el certamen en el que eligió el proyecto ganador.
Ganador. El proyecto del estudio Frank Menichetti para la Costanera, 1° premio en el Concurso Nacional de ideas.
Ese es el trabajo que motiva mi apoyo. Cuando leo las consignas de los colegas que combaten la propuesta, vienen a mi memoria algunas de las posturas principistas que cité antes. Una de ellas alude a “La venta de la Costanera” y otra nos pregunta: “¿Querés parques o torres?”
Para los que enarbolan la primera frase debo decir que en casi 30 años no he visto reacción alguna por la ocupación de una concesión que ocultaba vistas del río sin aportar una significativa contraprestación. Esto me recuerda las cartas y quejas por el cierre del bar Británico.
Los más llorosos y elocuentes eran señores que jamás habían pisado ese local de Defensa y Brasil y que, cuando pudo reabrirse ese bar tradicional, no se dignaron acercarse para consumir un café. Mientras esa esquina languidecía nadie elevó pedido alguno para promover la concurrencia que evitara la muerte del lugar.
Si todavía quedan lectores pacientes, les pido que revean la imagen de algunos exaltados atados a árboles de la avenida 9 de Julio en repudio del Metrobus que algunas mentes malignas pensaban instalar en esa vital vía Norte-Sur.
Espacios públicos. Render del proyecto ganador del Concurso Nacional de ideas Buenos Aires y el río.
Bueno, los árboles se reubicaron, las estaciones se construyeron, eso liberó el tránsito en las calles laterales y nadie recuerda aquellas escenas patéticas. Son muchos los noticieros que usan vistas de la avenida para ilustrar el clima o la hora (de llegada o salida de la ciudad) y hay que admitir que el Metrobus no malogra esas imágenes.
En cuanto a la pregunta “¿Querés parques o torres?” les respondo que quiero parques y buena arquitectura. Me consta que un calificado jurado trabajó arduamente y eligió por unanimidad el proyecto ganador. Pero los arquitectos sabemos que entre los planos de un Concurso de Ideas y los que servirán de base para la implantación de construcciones, áreas públicas y vías de circulación, hay inevitables diferencias. En ocasiones, algunos cambios en el programa, ajustes y retoques en las ideas originales, pueden incluso mejorar las imágenes primigenias.
En el caso que nos ocupa me parece digno proceder a un prudente análisis y rediseño. Se trata de un conjunto compacto (no era así la propuesta ganadora) donde las calles perpendiculares a la Costanera tienen un ancho que aparenta ser escaso.
Esto configura una relación de llenos y vacíos poco satisfactoria en ese lugar. Podrán dejarse las plantas bajas libres con algunos volúmenes vidriados y aún así la objeción vale. El tema de las alturas no es relevante, ya que el plano límite de los volúmenes crece con 18 metros en el más cercano al Aeroparque, y una secuencia de 20, 23, 26 y 29 metros en el sur. Ni torres ni 10 pisos.
Además, si recordamos el legendario dibujo de Le Corbusier en su visión de la Buenos Aires del futuro, donde sobre un fondo negro de un cielo nocturno estrellado aparecen cinco rectángulos iluminados que se reflejan en el río, este rechazo visceral de la noción de torres parece infundado. Todos bregamos por una ciudad mejor. En la última década hubo notorios aportes que fueron en esa dirección, y sería de desear que no nos desviemos de ese camino.
Acuden a mi memoria dos nombres (me había propuesto no hacer citas, pero esto debo mencionarlo): Jan Gehl, arquitecto danés que además de su obra visible escribió Ciudades para la gente, un libro que recomiendo, y Marc Augé, etnólogo francés que acuñó la teoría del no-lugar (Espacio y alteridad).
No es éste el momento de ingresar en meditaciones acerca de estos dos pensadores del fenómeno ciudadano, pero hay que mencionarlos, lo mismo que a Ildefonso Cerdá (quien recibió muchas críticas negativas cuando propuso el tan elogiado hoy Ensanche de Barcelona, o al Barón de Haussman (que demolió una parte del París oscuro y maloliente); o a Marcelo Torcuato de Alvear al abrir la Avenida de Mayo contra viento y marea.
Estos nombres se traen a colación para relativizar una proclama demagógica que señala que “A la ciudad la hacemos todos los habitantes de la misma”, lo que no es más que una frase de panfleto. No es verdad, si se hubieran votado las reformas de Barcelona, o París, o Buenos Aires es muy probable que esas ciudades permanecieran sumidas en la mediocridad y la inacción.
Metrobus 9 de Julio. Una de las intervenciones urbanas más resistidas y luego festejadas. Foto: Luciano Thieberger.
Nadie votó que trajeran a Buenos Aires al hombre que plantó los árboles que hoy defendemos con fervor, y la llegada de Carlos Thays fue un episodio que cambió a Buenos Aires mucho más allá de las proclamas en favor de los espacios verdes.
En este tiempo de descuento que me da la vida, algunos juegos retóricos me suenan huecos y falaces. Yo quisiera ver realizado el nuevo paisaje ciudadano propuesto para este sector de Costa Salguero por el GCBA, y tomar allí un café con algunas colegas que hoy hacen panfletos.
Y desearía escuchar lo mismo que me dijo cabizbajo el amigo del Parque Centenario: “Quedó muy bien y los vecinos lo ven con mucho agrado”. Los jóvenes activistas van a tener más tiempo que yo para disfrutarlo, y créanme que me alegro por ellos y por todos. Lo digo de corazón.
GB