La Nación | Valeria Vera | SOCIEDAD | MEDIO AMBIENTE
Sacar la basura en la ribera del Río Reconquista es sacarla literalmente de la casa.
Los volquetes y canastos rebalsados, los fuertes olores, los basurales a cielo abierto y el agua oscura que arrastra la suciedad conviven con sus vecinos con una naturalidad que sorprende y preocupa, sobre todo, a ambientalistas y organizaciones que a diario se esfuerzan por encontrar soluciones duraderas en esta zona castigada del conurbano bonaerense.
La deuda que mantiene con la ecología la segunda cuenca más contaminada después del Riachuelo los inspira a diseñar programas de recolección y logística de residuos, para contrarrestar una infraestructura deficiente, y poder suplir los planes inconclusos y las demoras en obras estatales que acarrea un saneamiento, por momentos, oscilante.
Desde fines del año pasado, organizaciones que tienen presencia en el lugar, como Proyectar, trabajan en conjunto con el Colegio de Psicólogos de la provincia y la Facultad de Trabajo Social de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en pruebas piloto de un modelo que luego replicarán en algunos de los 437 asentamientos ilegales distribuidos en el territorio. Están convencidos de que, en sintonía con lo que proclama un conocido refrán popular, a "un elefante (análogo a una cuenca que atraviesa 18 municipios) se lo come de a partes".
Con espíritu pionero
Con 60 años de antigüedad, lindantes con los galpones del Tren de la Costa, allí viven 900 familias expuestas con frecuencia -y sin percibir en su mayoría los riesgos- a problemas adversos de salud e incluso hasta la propia muerte, en sitios donde crecen, viven, aprenden, juegan y trabajan.
El panorama se acentúa al comprobar que, además, no disponen de una red formal de agua potable ni de cloacas, por lo que vierten los efluentes directamente al río.
"Lamentablemente nos acostumbramos; es muy triste. Para nosotros, es normal tirar allí la basura", asegura un grupo de vecinos para referirse al entorno que los rodea. "Se llenan los volquetes y ves a la gente que va con la bolsa. El río está seco por todo lo que le tiran. Después van los chicos a pescar, a nadar...", acotan sin saber con certeza qué rumbo tomar.
Un modelo alternativo
"El arranque fue bastante diferente al avance. Como todo lo que empieza, requirió de muchísima paciencia, templanza, resistencia y perseverancia, pero el avance ya es diferente. Uno va entendiendo los códigos del barrio, el trabajo está más consolidado y se deja entrever que se va avanzando, a paso de hormiga, pero se avanza...con sonrisas en los rostros", evalúa entusiasmada Carolina Casares, directora ejecutiva de la ONG e impulsora clave del proyecto.
Barrio Limpio se traduce en una metodología participativa para recolectar, acopiar y clasificar la basura en origen, y ofrecer así una respuesta complementaria a la tradicional recolección de residuos sólidos urbanos. Apunta a que los propios vecinos se organicen en cooperativas, se empoderen y se encarguen del material reciclable, coordinados por promotores ambientales que velen por la correcta separación en húmedos y secos. Su impacto pasa por reinsertar el barrio y sus vecinos al entorno social y urbano en la medida en que se paga por el acarreo: por persona, 10 pesos por cada kilo de basura.
"En este momento estamos encarando el acondicionamiento del lugar para el acopio, para el proyecto piloto y su replicabilidad en otros barrios vulnerables. También estamos gestionando las condiciones para la creación de una cooperativa e intentando conseguir un vehículo usado para los traslados", enumera Casares.
Actualmente, el retiro formal de desechos arrojados en volquetes y canastos de la zona recae en camiones de la empresa Transporte Olivos, en un barrio de difícil acceso y con un recorrido limitado por las características del terreno (sólo "barre" los dos primeros tercios).
En paralelo, la imposibilidad de los vehículos de llegar hasta el final del barrio habilita a carreros a recolectar con sus caballos basura y también a coleccionar denuncias en su contra. Un porcentaje de quienes viven en La Garrote, consigna el informe, los señala como culpables de romper bolsas y desparramarlas en las calles, lo que aumenta el nivel de suciedad registrada.
Proyectar definió los próximos pasos una vez realizado el diagnóstico de situación y con las postales a mano que devolvieron las recorridas en diferentes momentos de la semana por el lugar. Así organizó talleres y grupos de WhatsApp con vecinos para capacitarlos en habilidades y conocimientos a largo plazo, y promovió charlas con carreros y cartoneros para involucrarlos como aliados y destinatarios naturales del proceso. El efecto contagio hizo lo propio.
El resultado inicial de la primera etapa, coinciden en afirmar sus protagonistas, se volvió una motivación para todos y los unió a la hora de detectar acciones colectivas, un propósito que el programa tuvo de entrada.
Hoy 40 familias ya separan residuos en húmedos y secos, y entregan el material a los carreros. Provisoriamente, en el modesto patio de la casa de uno de ellos, lo clasifican y procesan con cuidado y dedicación, mientras mantienen latente el sueño de construir, en una segunda instancia, la planta de acopio primario que convertirá a La Garrote en
pionero de un modelo montado por su propia gente.
La magnitud de una cuenca como la del Reconquista obliga a tomar decisiones integrales para lograr el saneamiento y que éste no dependa en exclusiva de la buena voluntad de los vecinos. "Creo que deberían doblegarse los esfuerzos de la población entera y de las empresas, y que el estado -como aparato administrativo con mayor responsabilidad en estos temas- ejerza el poder de policía en cumplimiento de las leyes para no contaminar", plantea Casares en diálogo con este medio. "Siempre hablamos de culpables, pero no de responsables. Y creo que todos lo somos", enfatiza.
Según pudo saber LA NACION, parte del plan vigente que lleva adelante estos meses la provincia, de la mano del Comité de Cuenca del Río Reconquista (Comirec) y que cuenta con el apoyo de un préstamo de 280 millones de dólares otorgado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), se focaliza en la contaminación industrial y la
inspección de decenas de empresas allí instaladas, con el fin de monitorear la calidad del agua; realizar análisis eco-toxicológicos; señalar infracciones a la normativa; y aconsejar los cambios necesarios para tratar los efluentes líquidos que se vierten y evitar que sean contaminantes. A esto se suma el cierre progresivo de basurales relevados en estudios anteriores, en su mayoría de pequeña escala, diseminados a lo largo de la ribera. "Planificamos desarrollar estrategias en los puntos de generación y en los barrios aledaños a los basurales para lograr mejoras en la recolección y concientización de los habitantes", concluyen.
Por: Valeria Vera