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Un país que envejece sin plan habitacional
La Argentina está envejeciendo, y con ella envejecen también sus casas, sus barrios y sus modos de habitar. El nuevo informe “Situación habitacional de los adultos mayores en Argentina” elaborado por el colectivo Tejido Urbano, analiza con datos censales la transformación silenciosa del hábitat de los mayores de 65 años: un grupo que ya supera los 5,3 millones de personas, con un crecimiento del 31% entre 2010 y 2022, muy por encima del promedio poblacional nacional.
Lo que emerge de las estadísticas es una paradoja: los adultos mayores viven en viviendas de mejor calidad que el resto de la población, pero lo hacen cada vez más solos, con menor convivencia intergeneracional y con un leve empeoramiento en los indicadores de hacinamiento crítico.
La fotografía actual muestra un país donde 6 de cada 10 hogares con adultos mayores son unipersonales o de dos miembros, y donde la vida familiar extendida —aquella que mezcla generaciones— cayó del 20% al 17% en apenas dos décadas.
El envejecimiento no es sólo una cuestión de edad
En los barrios de la Ciudad de Buenos Aires y del conurbano, el cambio ya se siente. El sonido de las persianas bajando más temprano, las veredas donde abundan rampas improvisadas y los bancos de plaza ocupados a media mañana son señales del mismo fenómeno: una Argentina gris plata, donde los años pesan más que las políticas.
La organización Tejido Urbano advierte que este envejecimiento poblacional, lejos de limitarse a la Capital Federal, se extiende de forma homogénea a todo el país. Y junto con la edad, cambian también los modos de vivir, de desplazarse y de vincularse con la ciudad.
El documento subraya que, en los entornos urbanos, la planificación deberá centrarse en infraestructura de cuidado, accesibilidad física y coexistencia intergeneracional, además de fomentar actividades laborales y educativas a lo largo de toda la vida.
Europa ya vivió esa película. La “Estrategia Europea de Personas Mayores” (2023) —citada en el informe— propone un cambio de paradigma: dejar de ver al adulto mayor como carga y empezar a verlo como sujeto activo, portador de experiencia, vínculo y memoria. Pero en Argentina, esa mirada todavía no llega al plano urbano.
El barrio como territorio del tiempo
El estudio destaca que las personas mayores tienden a resistirse a mudarse de barrio. No es sólo una cuestión de comodidad, sino de pertenencia. Los años de trato con los vecinos, las rutinas de almacén, la charla con el quiosquero o el saludo al portero son, para muchos, parte esencial de la vida.
Esa “arquitectura del afecto” no se mide en planos, pero define la calidad del hábitat tanto como los metros cuadrados o la calidad del revoque.
Por eso, cuando los especialistas hablan de “ciudades de cercanía” —compactas, mixtas y caminables—, en realidad están hablando de algo que los abuelos porteños ya sabían: que lo importante no es la distancia física, sino la emocional.
En palabras de la arquitecta Julieta Fernández, citada en el estudio, los adultos mayores valoran el centro urbano porque “tienen todo a mano, hacen todo caminando y siempre hay alguien con quien cruzar palabra”.
El modelo de ciudad de los quince minutos, que hoy se discute en París o Barcelona, ya está en el ADN barrial de Palermo, San Cristóbal o Caballito.
Las casas que envejecen con sus dueños
La otra cara del fenómeno está dentro de los hogares. Tres de cada diez adultos mayores sufren una caída por año, y más de la mitad ocurren dentro de la vivienda. Pasillos angostos, baños sin barras de apoyo y escaleras imposibles son trampas cotidianas que muchas veces se pagan con fracturas, rehabilitaciones costosas o pérdida de autonomía.
El informe propone el concepto de “diseño universal”, una arquitectura pensada para todas las edades, con accesibilidad, seguridad, legibilidad y estímulo. Sin embargo, la realidad local va en sentido contrario: las viviendas nuevas se diseñan para compradores jóvenes y saludables, mientras las personas mayores envejecen en estructuras que no se adaptan a su cuerpo ni a su ritmo.
Además, la falta de acceso al crédito agrava el problema. Los adultos mayores tienen ingresos más bajos y plazos de devolución más cortos, lo que encarece cualquier intento de mejora o mudanza. En consecuencia, la mayoría vive en propiedades compradas hace décadas.
Pero el dato más alarmante es que la cantidad de adultos mayores que alquilan se duplicó en los últimos años. En un mercado inmobiliario sin regulación ni incentivos, eso significa vulnerabilidad: contratos precarios, subas impagables y una sensación permanente de desarraigo.
Soledad en números: el auge de los hogares unipersonales
En 2010 había 843.000 hogares unipersonales habitados por personas mayores de 65 años. Doce años después, el número escaló a 1,26 millones. Entre los mayores de 80, el crecimiento fue del 40%.
El fenómeno es transversal: afecta tanto a la clase media que envejece en departamentos del centro como a los jubilados rurales que sobreviven en casas grandes y vacías.
El sociólogo Ricardo C. de Tejido Urbano define este proceso como “el envejecimiento del hábitat”. Las casas construidas para familias numerosas ahora cobijan a una sola persona. Los dormitorios se convierten en depósitos, las cocinas se usan apenas y los patios se cubren de polvo.
En paralelo, los hogares de dos miembros —muchos conformados por parejas mayores— se redujeron. El 60% de los adultos mayores no convive con personas de otros grupos de edad, lo que confirma una ruptura generacional en el núcleo familiar argentino.
La escena típica del abuelo que vive con sus nietos se vuelve excepción. La soledad, en cambio, se vuelve norma.
La calidad de la vivienda: una ventaja que se achica
Históricamente, los hogares con adultos mayores presentaron mejores materiales de construcción que los del resto de la población: 71% de calidad suficiente, frente a 61% en los hogares sin adultos mayores. Pero mientras estos últimos mejoraron significativamente desde 2010, los primeros se estancaron.
En otras palabras: la Argentina joven mejora sus casas, la Argentina vieja no.
La brecha también se observa en el tipo de vivienda. Los mayores siguen prefiriendo la casa tradicional (82%) frente al departamento (16%), pero el avance de la vida vertical urbana empieza a filtrarse. En los últimos doce años, creció la proporción de adultos mayores viviendo en departamentos, especialmente en las grandes ciudades.
Este desplazamiento urbano, aunque leve, plantea nuevos desafíos: ascensores que fallan, expensas que suben, vecinos que cambian cada seis meses. Y sobre todo, una sensación de anonimato que choca con la necesidad de comunidad.
Pobreza oculta y hacinamiento silencioso
El informe muestra que los hogares con adultos mayores tienen tres veces menos incidencia de Necesidades Básicas Insatisfechas (NBI) que los del resto de la población. Sin embargo, el progreso fue más lento: mientras los hogares sin mayores redujeron sus NBI del 13,8% al 10,2%, los hogares con adultos mayores apenas pasaron del 4% al 3,7%.
Es decir: no son los más pobres, pero tampoco mejoran al mismo ritmo.
El dato que más preocupa a los investigadores es el aumento del hacinamiento crítico entre los adultos mayores. Aunque el promedio general se mantuvo estable en 6%, los casos extremos —más de tres personas por cuarto— crecieron un 81% en doce años.
En 2022 se contabilizaron 60.749 adultos mayores viviendo en hacinamiento crítico, frente a 33.000 en 2010. En contraste, el resto de la población redujo sus casos drásticamente.
Se trata de una población pequeña en proporción, pero con alto riesgo sanitario, psicológico y social. El hacinamiento en la vejez no es solo falta de espacio: es pérdida de intimidad, autonomía y dignidad.
Los hogares de ancianos, una realidad en expansión
Otro cambio notable es la disminución del número de mayores que viven en viviendas colectivas —como hospitales, hoteles o instituciones religiosas—, pero el aumento dentro de esa categoría de quienes residen en hogares de ancianos.
En 2010 había 118.000 adultos mayores en viviendas colectivas; en 2022, la cifra bajó a 90.000, pero el 84% de ellos vive ahora en geriátricos, frente al 62% de hace una década
Los hoteles y pensiones, refugio de tantos jubilados porteños, prácticamente desaparecieron: pasaron de 13.000 casos a apenas 2.000.
El envejecimiento argentino, entonces, se desplaza de la calle al hogar institucionalizado. Pero el problema no se resuelve: los geriátricos siguen funcionando con escaso control público, tarifas inaccesibles y un déficit estructural de personal capacitado.
Entre el arraigo y el abandono
El informe de Tejido Urbano concluye que el modelo de ciudad y vivienda actual no está preparado para el envejecimiento poblacional. La infraestructura urbana no acompaña la pérdida progresiva de movilidad, ni fomenta la convivencia entre generaciones.
La ciudad expulsa a los viejos de sus veredas. Las calles rotas, los colectivos con escalones altos, los edificios sin rampas y los barrios sin centros de día construyen un muro invisible entre la vejez y la vida pública.
Pero también hay una dimensión emocional: el aislamiento afectivo. La soledad urbana no es solo demográfica; es cultural. La ruptura del tejido barrial y la pérdida de tiempo compartido entre jóvenes y mayores generan una Argentina más fragmentada, más individualista.
¿Qué futuro habitamos?
En un país donde el 20% de la población será mayor de 65 años en las próximas décadas, el debate sobre la vivienda para adultos mayores no puede limitarse al asistencialismo. Requiere una nueva mirada urbana, social y cultural.
El informe cita ejemplos de cohousing intergeneracional en Europa y programas que conectan estudiantes universitarios con personas mayores para compartir vivienda. Pero en la Argentina, esos experimentos son casi inexistentes.
Si no se actúa pronto, el país se encontrará con una generación envejecida en soledad, con viviendas que se deterioran y ciudades que no dialogan con sus habitantes más sabios.
Como decía el filósofo Simone de Beauvoir, “la vejez no es un naufragio, es una conquista del tiempo”. Pero para conquistar el tiempo, hay que habitarlo.
Y ese —quizás— sea el mayor desafío urbano del siglo XXI.
Fuente exclusiva:
Palermo Online Noticias
Basado en el informe “Situación habitacional de los adultos mayores en Argentina” (Tejido Urbano, agosto 2025).