Pablo Díaz Marenghi. 29/05/2022. Tiempo Argentino
HÁBITAT & PANDEMIA
En diálogo con Tiempo, el filósofo e historiador francés Jean-Marc Besse, de visita en Argentina, habló sobre la distancia, el apego a los territorios, las marcas de la pandemia, y afirmó que es necesario "repensar qué significa realmente" la acción de habitar.
«Interrogar el habitar es preguntarse qué es, para los seres humanos, habitar su mundo; el mundo que han edificado en el corazón del espacio y del tiempo, en el que han desplegado sus existencias individuales y colectivas, pero también en el que, simplemente, viven», reflexiona el filósofo e historiador francés Jean-Marc Besse en Habitar, su libro publicado en español por Luna Libros. El doctor en Historia por la Universidad de París I y director de estudios en la École des Hautes Études en Sciences Sociales estuvo en la Argentina presentando su libro y dictando la conferencia «Ver el mundo como un paisaje (siglos XVI-XVII)», en la sede Volta de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM), organizadora del evento a través del Laboratorio de Investigación en Ciencias Humanas de la Escuela de Humanidades, con el apoyo del Centro Franco Argentino y el Institut Français. En la antesala, habló con Tiempo sobre temas como la excepcionalidad que marcó la pandemia «que permeó la cuestión de la coexistencia».
Critica la gentrificación poniendo como ejemplo los “jardines obreros” en Bucarest, donde las personas cultivan flores, verduras y frutas. «Hoy están siendo destruidos y reemplazados por lo que llaman ‘parques naturales’. Con la idea de que hay que volver a la naturaleza se hacen estos lugares de paseos al servicio de una población cada vez más gentrificada, que es la destinataria de los proyectos inmobiliarios que están en torno de lo que antes eran estos jardines populares, pero que ahora toman este nuevo formato de ‘parque natural’. Se pasa de una naturaleza trabajada por quienes la rodean, a una naturaleza que tiene que ver con una imagen estética, que deja de ser esta naturaleza en contacto con quienes la utilizan para su propia vida».
–Su libro analiza el habitar desde diversos ejes. Uno, que resulta curioso, es la cuestión del aseo y la higiene del hogar en relación con la noción de mantenimiento. ¿Cómo gestó esta idea?
–El punto de partida es, también, un cuestionamiento a partir de la arquitectura del paisaje. He observado que la idea habitual que tenemos de la acción, que consiste en querer transformar todo, crear todo a partir de un material que sería inerte, es una concepción que no es satisfactoria para dar cuenta, en rigor, del fenómeno o la acción de habitar. Porque cuando habitamos, estamos siempre en conjunción con nuestro entorno en una especie de conversación y cuidado permanente. Nos ajustamos a lo que nos propone el entorno en el que vivimos. Por eso, es necesario repensar qué significa realmente la acción. Me di cuenta de que podíamos ampliar el alcance del “cuidado del entorno” o mantenimiento, para aplicarlo a formas de actuar o, más bien, a áreas de actuación más amplias que la simple limpieza de la casa. Es una reflexión sobre la relación que podemos mantener con nuestros entornos de vida y esta debe ser entendida como una forma de conversación, como una forma de intercambio y, también, de cuidado.
–También reflexiona sobre la distancia, aquello que nos separa de los otros.
–Hay dos puntos de partida interesantes. El primero es una frase de Gilles Deleuze sobre la política. Él dice que, en definitiva, la buena política consiste en definir buenas distancias y buenas proximidades, para que podamos vivir en común o, en todo caso, en buena convivencia. Si estamos demasiado lejos, obviamente, no podemos comunicarnos. Si estamos demasiado cerca, como nos invitan ciertos regímenes autoritarios, tampoco, ya que se perdería la diferencia. Entonces, la cuestión es definir con precisión, y esa es la política, la distancia y la proximidad correcta entre unos y otros. El segundo punto de partida fue una visita a la Galería degli Uffizi en Florencia donde me llamó la atención un cuadro de Botticelli, que describo en el libro, donde vemos al ángel Gabriel y a la Virgen en una especie de danza. Sus cuerpos, sus manos, están próximos pero, a la vez, no se tocan. Se comunican, precisamente, por el hecho de no tocarse. Eso me pareció sumamente importante en una reflexión sobre el habitar o, más bien, sobre el convivir. Cohabitar significa vivir con los demás, es no confundirse con los demás y es, al mismo tiempo, saber distinguirse de los demás. Es el arte de vivir que se hace por una negociación permanente, que no tiene reglas definitivas pero sin embargo tiene ciertos principios que podemos adoptar.
–¿Se resignificó su análisis en tiempos de pandemia?
–Fue una experiencia bastante excepcional ya que permeó la cuestión de la coexistencia, la convivencia. De repente, ya no era posible encontrar al otro, aunque fuera posible hacerlo indirectamente gracias a los medios tecnológicos. El encierro nos llevó colectivamente hacia una forma de vida que parecía dañada, disminuyendo la posibilidad de contacto, anulando de manera provisoria el acercamiento. Al mismo tiempo, la comunicación virtual, a través de medios digitales, no deja de ser real. Cualquiera puede comunicarse con alguien simplemente al escuchar la voz de una persona amada, incluso sin verla o tocarla. No siempre tenemos que estar en presencia directa para estar con alguien. Eso, entre otras cosas, nos ha enseñado la experiencia de la pandemia.
–Otro aspecto que destaca es el de las raíces, la memoria de los lugares y el apego a los territorios.
–Personalmente, me opongo a la metáfora del arraigo. Me parece políticamente peligroso y sociológicamente inadecuado. Estamos en una época donde cada vez tenemos menos raíces. Vivimos en la era de la movilidad generalizada pero esto no significa que no tengamos apegos y legados. Trato de invitar a una reflexión respecto a la palabra ‘habitar’, sobre el conjunto de gestos que se adjuntan al hecho de habitar, a estar atentos a nuestros apegos y recuerdos. Vuelvo a mi primera respuesta sobre la noción de mantenimiento. La continuidad (el legado, el apego) no significa repetición ni identidad. Tenemos que reconocer esa forma de continuidad, con sus apegos, pero estos no son raíces. Doy un ejemplo: tengo un abuelo que vivió en una pequeña ciudad de provincia en Francia. No conozco esta pequeña ciudad, nunca la he visto y, sin embargo, está en mí. Eso es todo. Estoy apegado a ese lugar y cuando su nombre aparece en un texto literario o en un mapa, lo que aparece es el recuerdo de un lugar y de una historia que no he vivido pero que, de alguna manera, está en mí. «