18/03/2020 | Clarín
Cintia Jaime
Entre otras debilidades, el coronavirus puso en evidencia que hoy las grandes ciudades son un hábitat muy hostil para afrontar una pandemia. Más de la mitad de la población mundial está expuesta a un alto riesgo de contagio por la intensa densidad urbana.
Por distintas políticas sostenidas durante las últimas décadas, sólo el 4% de la superficie está habitada por la humanidad. Antes del coronavirus, las inversiones estaban previstas para concentrarnos aún más, y reducir el hábitat humano solamente al 2% de la superficie del planeta.
La migración del campo a la ciudad registrada a nivel global desde hace décadas ha sido forzada por distintos quiebres estructurales. Y esto es porque la respuesta al impacto del nuevo modelo productivo rural, ha dejado a personas fuera del sistema, que no han tenido alternativa más que migrar. La consecuencia es que, en cada país, existen pueblos vaciados con infraestructuras ociosas, desaprovechadas y, paralelamente, crecen las urbes colapsadas.
Y en respuesta, a nivel mundial, no se ha dado solución donde el problema se origina. Por el contrario, se ha quitado presupuesto para inversión rural, transporte, infraestructura, desarrollo económico diversificado, llamando a inversiones para crear ciudades “inteligentes”.
Según las proyecciones de expertos internacionales, que fueron plasmadas en un informe del Citigroup, la inversión en “ciudades inteligentes” será de 40 billones de dólares en poco más de 20 años. Esto, pese a los ya grandes avisos y evidencias del desequilibrio que proponen las aglomeraciones (contaminación, tráfico, falta de trabajo, ineficiencia, y en países del tercer mundo, enormes zonas de marginalización de la pobreza con carencias de infraestructura fundamental).
Hasta ahora, los organismos internacionales tienen como objetivo prioritario alcanzar “ciudades inteligentes” y no promueven ningún plan de inversión en hábitat fuera de las urbes. Sin duda, la pandemia del coronavirus vino a interpelarnos: ¿qué tan “inteligente es hacinarse en grandes ciudades? Llegó el momento de replantearnos si se continuará o no fomentando esta tendencia.
Incluso, podemos ir un poco más allá. Si nos elevamos en el tiempo del coronavirus, y observamos el mundo como un todo, seguramente en gran mayoría acordaremos que nos encuentra con profundos desequilibrios sociales, económicos y ambientales que amenazan nuestro ecosistema.
Entonces, ¿Qué haremos con nuestros modelos de convivencia imperante? Actualmente, proponen expansión, dominación, inequidad. ¿Los seguiremos sosteniendo?
Hoy la densidad de la población y el desbalance que provocamos en nuestros ecosistemas nos devuelven inundaciones, sequías y también alta vulnerabilidad a las pandemias que obligan a todos, a los que viven en las ciudades y a los que no, a detenerse forzosamente.
La globalización también nos une en sentidos positivos. Como seres pensantes que somos, y en estado de emergencia como estamos, seguramente podamos reflexionar acerca de todos estos desequilibrios que generamos. Ojalá que en la cuarentena global logremos asumir que cada acción individual que logremos provocará uno u otro resultado para el conjunto: para la humanidad y para el mundo, que es la casa que todos habitamos.
Cintia Jaime es directora ejecutiva de la fundación ES VICIS y del programa de re-migración y repoblación de localidades rurales "Bienvenidos a mi pueblo" .