LA NACION - 7 de abril de 2023 por Julián Gorodischer
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El distrito tiene 14 kilómetros de contacto con el río, bajo la ordenanza de “prohibido bañarse”; los proyectos que hay, lo que no se hizo y lo que podría cambiar
Serán 14 kilómetros de barandas y rejas, la vista a lo que podría ser un dulce mar cruzado por el metal que impone un límite. El río es sólo “vista” para los porteños que crecieron bajo la ordenanza: “Está prohibido bañarse”. Será un viaje, a su vez, hacia la reflexión sobre los puntos de contacto entre la Ciudad de Buenos Aires y el Río de la Plata. El periplo empieza en el punto más agreste de la ciudad en su relación con el río. Acá el río configura un paisaje marítimo: es el Parque de los Niños, donde en verano funciona la sede norte de Buenos Aires Playa. Acá, en el Parque de los Niños, el verde termina en el río; hay susurro de bosque y murmullo de oleaje.
Durante el verano, hubo sombrillas amuchadas sobre un trozo de arena artificial, con excepcional vista a Vicente López. Hizo falta la “mitología del verano”, algo que no dejará de ser una simulación o una implantación, para alegrar las tardes del calor sofocante; no era suficiente el verde refulgente ni el barro característico para amenizar las tardes del porteño ávido de este río que se mira y no se toca.
BA Costa
Con su programa de transformaciones BA Costa, la Ciudad prevé una plaza y memorial, Homenaje a las víctimas de AMIA, cerca de Vicente López, y una playa permanente en la Costanera Norte –exactamente en la península del Parque del Vega–. De lo anunciado, que proyecta hasta 2030, lo más tangible es un complejo urbanístico en los terrenos de Costa Salguero y Punta Carrasco, que pretende compensar la comercialización del área ribereña –a la que los vecinos le reclaman uso enteramente público– con el Parque del Golf Costa Salguero, de sólo 8,8 hectáreas contra las 32 que reclamaba el proyecto de arquitectos, miembros de ONGs y organizaciones ambientales, sociales y políticas (votado en contra y archivado, la semana pasada, por el bloque de Juntos por el Cambio en la Legislatura porteña).
También sucede con la ex Ciudad Deportiva de Boca Juniors; las batallas judiciales frenan durante un tiempo la edificación, pero luego el gobierno de la Ciudad logra seguir avanzando rápidamente con sus proyectos mixtos: edificios y comercios, junto a una porción minoritaria del terreno para el espacio verde público.
Parque de la vida
Lindante con la Ciudad Universitaria, se nos presenta el primer predio verde en importancia de la zona ribereña (en cuanto a su relevancia e incidencia urbanas): llegamos al Parque de la Memoria. El arquitecto Alberto Varas, autor del proyecto del Parque y el Monumento a las Víctimas del Terrorismo de Estado, lo define con una frase: “Un parque de la vida”. Aquí, el elemento fuerte del paisaje era lo horizontal: el horizonte del río. “A esa línea le inventamos una colina, limpia, pura, virgen”, explica Varas, sobre el corte que produce la erupción del Monumento en el paisaje plano.
Para Iván Wrobel, geógrafo, el Parque de la Memoria está marcado por los vuelos de la muerte, que son el símbolo de la dictadura: “El Parque dialoga con ese vínculo; viene a transformarlo; antes el predio estuvo marcado por el horror y la muerte. Pero, a través de la memoria y los homenajes, todo cobra nueva forma en cada arrojo de flores al río por los 30 mil desaparecidos”.
Rumbo sur
La ampliación de la Costanera enfrentada al Aeroparque Jorge Newbery está marcada por la ambigüedad: este espacio se llena de gente y responden a algún tipo de necesidad. Pero, “¿es la mejor solución urbana que se pudo implementar, o es un parche?”, se pegunta Wrobel, comparándolo con la propia historia de nuestra ciudad o con Montevideo, que encontró otras soluciones. “La solución de fondo sería un proyecto real de limpieza del río, y que de verdad se pueda acceder a él. Los espacios de contacto con el río deberían ser espacios de calidad. La pregunta es: ¿Qué más se podría haber hecho y por qué motivo no se hizo?”.
Muelle de Pescadores
Dos señoras, María y su mamá Mora dicen: “A ver, contestá vos”. “Es el lugar más cercano que tenemos para poder ver río abierto”. “Acá es muy bajo; cuando hay tormentas se hacen olas”. “Es tan ancho que da un respiro”. “Estas reposeras son incomodísimas”.
Da satisfacción ver la alegría del pescador Gabriel Arena: sacó bagre, carpa y dorado. Lo suyo es la pesca deportiva; devuelve todo lo que saca a la madre agua. Alguna vez se emocionó al picar un surubí en este sector. No pasa a menudo. “Hay mucho sedimento tóxico: de mercurio, aluminio”, dice. “Para mí, este es un estado de meditación. No estoy en el futuro, ni en el pasado; la pesca es puro estado de presente”. Al desprendimiento del anzuelo del pescado lo realiza con extrema delicadeza. Su devolución al agua es suave: el peligro es que estalle la vejiga del animal. “La pequeña herida que le queda no le hace mella”.
Luego, se enoja el pescador: “Hoy hay una menor cantidad de peces. Y ves dorados de menos de 60 cm, que no merecerían ser para consumo, e igualmente están en la pescadería. Los levantan con redes, no con cañas, y ¡a venderlos porque hay hambre y hay pobreza! Y los controles no son los adecuados”.
Hermoso y prohibitivo
“En toda la zona ribereña, hay poco transporte público –señala Wrobel–. Puerto Madero no fue un proyecto para todos los habitantes de la ciudad. Por lo menos habría que mejorar las conexiones, los servicios, pensando en que la ciudad tiene que ser para todos los que la habitamos”.
De lo mismo se queja el geógrafo Nicolás Moser, quien revela que en la actualidad hay sólo cuatro líneas de colectivos que, en alguno de sus ramales, atraviesan la Costanera: 33, 37, 45 y 160: “La única medida que se tomó para aumentar el acceso fue la inclusión de ciclovías y bicicletas públicas, pero eso resulta insuficiente”.
Costanera Sur
Llegamos a la bifurcación de los tres caminos, el “punto de encuentro”, la playa más relevante que tiene la ciudad capital, dentro de la Reserva Ecológica Costanera Sur; es una pequeña bahía entre dos escolleras de piedras apiladas; el problema es que la playa está rebosante de escombros y basura; se ve mucho plástico. Es un síntoma de algo más general en todos los puntos de contacto de Buenos Aires con el río: según un estudio realizado en zonas costeras del Río de la Plata, científicos platenses (UNLP y CONICET) detectaron que especies como surubíes, sábalos y patíes albergan en el tubo digestivo diminutas partículas de material sintético.
Hay un adolescente metido a 50 metros de la orilla, y el agua le llega hasta más arriba del pecho. En el horizonte, cuatro barcos de gran porte y tres veleros cruzan a ritmo cansino la inmensidad inabarcable. Hoy se está terminando una ola de calor; hace menos de 30 grados y unas nubes tenues no llegan a cubrir el sol.
Un guía asegura que se dejan los escombros sin remover para desalentar el uso de la playita; para que los días de tanto calor la gente no ingrese al agua. Bacterias como enterococos y escherichia coli se acumulan en la ribera, a lo que se suma la presencia de metales pesados como cromo y plomo. A esto, hay que agregarle lo que llega de los arroyos entubados que descargan en el Río de la Plata. “En el origen de este lugar –revela el guía– están los escombros, que puso la última dictadura, producto del relleno sanitario. Donde hagas un pozo, vas a encontrar cemento o azulejos. Tenemos problemas para reintroducir vizcachas o hurones, que acá no pueden escarbar. Pero la naturaleza colonizó este lugar”.
Preciado pasado
La geógrafa Nora Lucioni señala que, durante los 80, el paseo dominguero era la Costanera Sur y la Ciudad Deportiva de Boca Juniors. Hasta que Puerto Madero sufrió su transformación, a raíz de las grandes inversiones de los 90. “Los valores más caros se sitúan mirando al río, en esas torres de piel de vidrio con grandes vistas. Ha cambiado la valoración del espacio, por distintos grupos sociales. Hoy lo ocupa un segmento medio o medio alto, con CEOs de empresas, hotelería y servicios. Y parte de los barrios aledaños lo usan para andar en patín o en bicicleta”.
“Aunque la ciudad nace como puerto, ciudad costera, le da la espalda al río –dice Wrobel–. Podés estar recorriéndola durante días y quizás nunca veas el río. La Plaza de Mayo, la Casa Rosada: están mirando para el otro lado. Hay iniciativas que intentaron transformar esa relación, como el Balneario Costanera Sur de 1910/1920: implicó la posibilidad para la población de acceder al río; era un lugar de ocio y socialización”.
“La contaminación –según explica el doctor en Geografía y profesor de Historia Jorge Lapenna– tuvo su origen antes de la independencia del país, con los primeros saladeros y mataderos concentrados en torno al puerto y el Riachuelo. Desde 1956 se advirtió la incidencia bacteriológica al volcarse al De la Plata vertidos cloacales sin tratamiento. Ya 1974 da cuenta de los primeros reportes de contaminación físico-química derivada de la actividad industrial sumada a, dos décadas después, los vertidos de agroquímicos al castigado río.
“Sin embargo hay mucha gente que hoy usa la playa de la Reserva Ecológica como balneario –asegura Iván Wrober–, y el espacio termina en un limbo en el que no se sabe bien qué es esa zona hoy. Pero que habla de una necesidad latente de recuperar el vínculo con el río”.