24/05/2018 - Clarin.com Opinión | Héctor Zajac, geógrafo (UBA-UNY)
Tribuna
La quema de basura como solución ante la falta de rellenos sanitarios omite las implicancias positivas del reciclaje, que debería impulsarse desde una política de Estado transversal.
Recicladores preocupados por la fuente de trabajo de 6.000 cartoneros abrazaron la Legislatura Porteña en rechazo del proyecto para que la Ciudad vuelva a quemar basura, el 3 de mayo pasado (Maxi Failla).
"One draft excluder makes a difference” (“Un burlete cuenta”) era el eslogan de una campaña en la TV británica de los años 80. “On vas, envas”, o “Dónde vas envase”, en la catalana, era una canción que unía la basura a reciclar con los colores de los recipientes que le correspondían. No eran meros “machaques” subliminales. Se integraban a la currícula educativa con un objetivo común: el descomunal ahorro energético y sanitario que logra, por adición, la acción individual y comunitaria cuando se articula con una política de Estado.
Más de 30 años después se aprueba en Argentina la quema de basura. Las excusas son velada admisión del impulso errático que desde 2007 le dio Cambiemos al plan "Basura 0”, y que con la con la victoria transterritorial del 2015 se hizo oportunidad perdida.
Muy escasos puntos verdes, fuera del horizonte de movilidad posible de los vecinos, hizo que los encargados de edificios se hicieran cargo de la basura, con pobres resultados. Un abordaje contrario a la naturaleza de un problema que resiste el confinamiento a ciudad de Buenos Aires: porque para la contaminación hídrica y aérea de la basura del Conurbano no existe la General Paz.
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Hace años, en la Unión Europea, igual que aquí, usaban rellenos sanitarios que liberaban metano, aprovechable pero de bajísima eficiencia, y en el “top chart” de los gases de efecto invernadero. El crecimiento urbano los dispuso en suelo más valioso y, riesgosamente, cerca de la gente, lo que encareció el proceso en relación a otros potenciales usos. Hoy, en el mundo del cambio climático, este no es ni el plan B.
Las implicancias positivas del reciclaje masivo no son omnicomprensivas, y generan reacomodamientos en las economías donde se aplica, pero sus beneficios en términos de ahorro energético en la Argentina hoy, lo convierten en sendero obligado.
Impacta más sobre el sector primario y secundario por aquello que se producía y ahora se recicla y, por tanto, en países en desarrollo en los que al mayor peso relativo de estos sectores debe sumarse una tecnología obsoleta que los hace empleo y energo-intensivos.
Esto genera un potencial de desempleo mayor que en países desarrollados donde, si bien puede ser compensado por el trabajo que crea la “industria del reciclaje”, no deja de ser traumático para segmentos desplazados que deberán ser objeto de una política activa de reinserción.
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La quema de basura no es nueva. En la ciudad profunda, más allá de la frontera de lo formal, aquellos sin sistema de recolección -no por elección sino porque su inclusión implica una base para el reclamo legal de suelo- recurren a ella obligadamente.
En las trampas del sentido común, la contigüidad entre pobreza y basura son sinónimos de causalidad. Los culpados no son responsables de la basura, y el daño ambiental que padecen es generado por el consumismo de la ciudad aparente.
Todos ellos son “recicladores seriales” por necesidad. Muchos por oficio, como los cartoneros, por lejos quienes más reciclan. El Ejecutivo debería capitalizar tal potencial. Impulsando una política multijurisdiccional y transversal de reciclaje, una sinergia creativa entre actores, saberes y recursos que devengan del ahorro energético resultante.
* Héctor Zajac es geógrafo (UBA-UNY)