26/08/2021. Clarín
Sin operación de vuelos low cost, se detuvieron los cambios iniciados desde 2018. Hay quienes piden que vuelvan las aerolíneas comerciales y otros que insisten en que el lugar no es apto para una terminal aérea.
Dos años y un mes. Durante ese lapso, la Base Aérea de El Palomar funcionó como aeropuerto comercial. Para algunos el plazo fue corto. Para otros, demasiado largo. La terminal de las aerolíneas low cost inició su actividad en febrero de 2018 y la terminó con la pandemia de coronavirus.
El 14 de diciembre de 2020 el Gobierno nacional adujo cuestiones técnicas y económicas para suspender con fecha indefinida los vuelos comerciales. A ocho meses de esa decisión, en El Palomar las opiniones siguen siendo contrapuestas: están los que reclaman el regreso del aeropuerto civil y los que piden que el proyecto sea desechado para siempre.
Entre la apertura y el cese, pasaron casi 2,5 millones de pasajeros (para muchos fue la primera vez arriba de un avión), una audiencia pública en la que hubo insultos y golpes entre funcionarios y concejales, informes de impacto ambiental objetados, una disputa entre taxistas y choferes de Uber por la zona, varios juicios federales por denuncias y decenas de marchas (de trabajadores, de vecinos, de políticos, de ambientalistas), a favor y en contra.
Hoy el aeropuerto está abierto, pero no operativo para líneas low cost, sino para las aeronaves de la 1ª Brigada Aérea de la Fuerza Aérea Argentina. También hay actividades de escuelas de vuelo y traslados oficiales. Días atrás, el 21 de agosto, desde el Palomar despegó un Hércules en misión humanitaria, para asistir a la población de Haití afectada por un terremoto.
Sin la terminal comercial, los alrededores del aeropuerto de El Palomar muestran poco movimiento y cerraron varios comercios que se habían instalado en la zona. Foto: Rafael Mario Quinteros.
"La suspensión de la actividad comercial en el aeropuerto correspondió a una decisión del Ministerio de Salud, que habilitó como corredor sanitario seguro a Ezeiza y a San Fernando, y posteriormente a Aeroparque", dijo a Clarín una fuente del área de comunicación del Organismo Regulador del Sistema Nacional de Aeropuertos (ORSNA).
La entidad reporta al Ministerio de Transporte de la Nación y se encarga de ejecutar y fiscalizar infraestructura aeroportuaria y supervisar y regular a los concesionarios y administradores aeroportuarios. "No resulta económicamente sustentable mantener tres aeropuertos operativos para una misma zona de influencia. Es irracional e ilógico sostener tres aeropuertos (Ezeiza, Aeroparque y El Palomar) en el Área Metropolitana de Buenos Aires", agregó la misma fuente, y siguió: "Las ciudades del mundo que tienen tres aeropuertos manejan volúmenes de pasajeros muy por encima del mercado aerocomercial argentino. Ezeiza está a 37 kilómetros de El Palomar y Aeroparque a 28 kilómetros, son los dos aeropuertos con mayor capacidad y mejor preparados del país".
El Palomar tiene una identidad asociada a la aviación. Foto: Rafael Mario Quinteros
Desde la ORSNA explicaron que las cuestiones técnicas y sanitarias que impidieron la reapertura comercial se mantienen, porque la terminal "no cumple con los espacios mínimos requeridos para respetar las normas de distanciamiento social, tanto para pasajeros como para trabajadores". También indicaron que el aeropuerto tiene una habilitación precaria y no posee instalación de sistema contra incendios.
Según cálculos oficiales, la continuidad del aeropuerto comercial necesita solo en la pista una inversión superior a $ 4.000 millones. "Las propias compañías que operaban en El Palomar no están haciendo ningún pedido ni reclamo para volver, muy por el contrario, están operando con perspectivas de crecimiento, razón por la cual solicitan más amarres y anuncian, tanto Jetsmart como Flybondi, planes de incorporación de nuevas aeronaves", añadió la fuente de ORSNA.
Pero son los comerciantes, varios vecinos, intendentes del Oeste del conurbano (en su mayoría peronistas) y dirigentes de la oposición quienes piden la reactivación de la terminal. Hernán Gallardo, presidente de la Cámara de Comercio e Industria de El Palomar, enumeró pérdidas: "El proyecto de un polo gastronómico que se había presentado en el Concejo Deliberante se paró, se cerraron restaurantes y cafés, se interrumpió la construcción de cuatro edificios, quedaron estacionamientos vacantes, hasta el diariero que estaba cerca del aeropuerto se fue".
"Muchas ciudades quisieran tener un aeropuerto. Es como una ciudad a la que hay que proveer de productos y servicios. A su alrededor pone en funcionamiento todo tipo de comercios y actividades", agregó. Gallardo tiene 53 años y una vida en la zona. De chico se despertaba con el ruido del Hércules calentando motores y en la escuela veía pasar por encima de su cabeza la panza del avión. "Teníamos una oportunidad genuina de crecer y nos la sacaron. Me pregunto qué hay que hacer para que la operación comercial vuelva. Sentémonos a dialogar, los que estén en desacuerdo también. No me interesa un aeropuerto a cualquier costo. Hablo como comerciante y como ciudadano de Palomar".
Así como son muchos los que se oponen a la suspensión de vuelos comerciales, también son muchos los que la aprueban. Vanina Carmesella Romano, de 48 años, integra este último grupo. Ella también se crió viendo los Hércules pasar, pero aclaró que la frecuencia entonces era de dos aviones por semana, muy inferior a las partidas y llegadas de las aerolíneas low cost.
"Yo estoy a favor de que haya conectividad en un país tan grande como el nuestro. No tengo nada en contra de los aeropuertos ni me opongo a que las personas puedan viajar pagando precios más accesibles. Solo no estoy a favor de la instalación de un aeropuerto sin previsión ni estudio de impacto ambiental", dijo Vanina. Sus dos hijas van al colegio Emaús, lindero al aeropuerto.
En una de las audiencias públicas –que fueron convocadas después de que se iniciaran las obras para establecer el aeropuerto y por exigencia de un fallo judicial- Vanina Carmesella Romano expuso. En su presentación apeló a la ley nacional 26.061 que establece, entre muchos otros puntos, el derecho de los alumnos y alumnas de estudiar en un espacio adecuado.
"Alrededor del aeropuerto hay 30 escuelas. La pretensión era que fuese internacional, lo que hubiera significado un arribo o un despegue cada 21 minutos. En la audiencia pública planteé cómo los chicos podrían tener clase con ese nivel de contaminación sonora. Qué proceso de aprendizaje podría darse en esas condiciones", preguntó. Y sumó: "Mucha gente veía en el aeropuerto un crecimiento para El Palomar y lo entiendo, pero yo no voy a resignar la educación y la salud de los chicos por un crecimiento económico".
El aeropuerto recibió millones de pesos en infraestructura. Hubo obras tanto adentro de la terminal como en el entorno de la estación ferroviaria y en la Avenida Derqui, para llegar desde la Autopista del Oeste. Foto: Rafael Mario Quinteros
En julio de 2018, científicos de la Universidad de Tres de Febrero (UNTREF) hicieron un estudio de impacto acústico, al que tuvo acceso Clarín. El informe había determinado que las actividades de aeronavegación en El Palomar generaban molestia en la comunidad. Y los autores del análisis preveían problemas serios, a nivel ambiental y en la salud de la población, en caso de que se cuadruplicara la cantidad de vuelos. En ese momento había 26 operaciones diarias. Y hasta antes de la pandemia, por decisión judicial, los aviones solo podían despegar y aterrizar entre las 7 y las 22.
"Los decolajes (la acción de separarse del suelo de un avión) eran una fuente de ruido muy fuerte, a punto tal que los alumnos y los profesores debían hacer una pausa en sus actividades hasta que el avión se alejara", describió Alejandro Karmib, también integrante de la comunidad del colegio Emaús. Para Karmib la convivencia entre el aeropuerto comercial y la escuela era incompatible, al estar el instituto ubicado en la cabecera de la pista, con el riesgo potencial que eso representaba.
La decisión de quitar los vuelos comerciales y dejar solo la operación militar de aeropuerto de El Palomar, sigue dividiendo a los vecinos y comerciantes del Oeste del conurbano. Foto: Rafael Mario Quinteros
Silvina Samparisi también forma parte de la comunidad del Emaús. A ese colegio asisten sus tres hijos y ella vivió desde los 3 hasta los 12 años en el barrio aeronáutico de El Palomar. Luego se mudó a diez cuadras del aeropuerto militar y hoy su casa está a cinco.
"Palomar siempre fue el patio de atrás de Morón. Con los vuelos low cost eso cambió. Empezó el movimiento, se abrieron restaurantes, se construyeron edificios, se sumaron estacionamientos, cafés. Pero todo se cerró y volvimos al lejano Oeste, como digo yo". Por donde lo mire, Silvina cree que la suspensión de los vuelos comerciales representa una mala noticia: "En materia de comercio local, es un retroceso. En materia de empleo, también. Para la conectividad del país, lo mismo. El aeropuerto está desmantelado y me genera mucha tristeza".