Clarín.com ARQ Arquitectura
Lucas Períes
El paisaje está coartado por la pandemia. Los animales ocupan el espacio urbano y llaman a reencontrarnos con la naturaleza.
Pandemia. Los lobos marinos volvieron al puerto de Mar el Plata debido al cierre de la actividad. Foto: Telam
Como en “El amor en los tiempos del cólera” de Gabriel García Márquez, aquí estamos, con el paisaje en los tiempos del coronavirus. Cuenta la historia-apresurada por cierto-, que un día una puerta se abrió y en consecuencia muchas otras se cerraron. Es la historia de un virus, supuestamente creado de modo artificial o al menos parcialmente mutado, tan pequeño y poderoso que cambió al mundo y, en consecuencia, la percepción del paisaje está coartada.
Este término que hoy me resulta tan apropiado, deriva de la condición de esclavitud. El verbo coartar se refiere a limitar, restringir o interrumpir la concesión total o parcial de algo. En esta contingencia sanitaria la definición se puede trasladar al paisaje. Porque nuestra libre determinación o voluntad y nuestro libre albedrío se ven interrumpidos.
Lo mismo sucede con la jurisdicción de nuestro hábitat, con el límite que adquiere la espacialidad con el confinamiento. Porque en la dimensión física pasamos a vivir restringidos a nuestras casas, a unos metros cuadrados.
Los espacios públicos están vacíos y, como nunca, perdieron su sentido, y se privó su habitación en contacto social. Los espacios privados se han resignificado y se los valora más que nunca. El transcurrir de los días en confinamiento doméstico exacerba la relación de las personas con su entorno, tanto el inmediato y visible como el que ya dejamos de ver, porque la vida intramuros lo oculta.
Los muros actúan como filtros del exterior y coartan la mirada. Al avance del otoño lo estamos percibiendo por las ventanas, como verdaderas pantallas analógicas. Está claro que estoy hablando en términos generales y desde mi experiencia personal. Soy consciente de que hay otras realidades y condiciones muy variadas, algunas tan duras que ni cuentan con techos, muros o ventanas.
Hay gente que la está pasando muy mal, por diferentes cuestiones, porque para muchas personas estar en su casa puede ser el infierno más grande y terrible. En Argentina y en el último semestre de 2019, más de 500.000 hogares se encontraron por debajo de la línea de indigencia, lo que equivale a 2.236.739 personas (según informe del Indec). Y en esta circunstancia las brechas socioeconómicas se distancian más. Ya se estima que la línea de pobreza alcanzará entre el 45% y el 50% de la población al finalizar la pandemia.
Sin embargo, hay sectores de la población, colectivos profesionales y académicos como el nuestro, que son privilegiados en varias cuestiones. Por lo cual, tenemos la responsabilidad de solidarizarnos y hacer todo aquello que podamos por quienes habitan paisajes marginales. Resulta obvio que la cuestión de fondo no está a nuestro alcance. Los intereses económicos y la corrupción mueven a grandes corporaciones empresariales y muchas veces también a los gobiernos. Y hasta en la adversidad hay especulación y ganancia económica. Al respecto, ya se anunció el listado de las multinacionales enriquecidas con el Covid-19.
La tierra se está manifestando de muchas maneras. En algunas ciudades, por las noches, se registra un extraño zumbido que retumba desde el cielo, a lo que algunos le dan un sentido místico y los científicos lo denominan cielomoto -los terremotos en la atmosfera-, que con la quietud de la cuarentena se hacen más perceptibles. Nos hicieron espeluznar, sobre todo si los recibimos como una señal del planeta.
También es evidente el mensaje que nos están dando los animales. En estos 40 días de confinamiento, mi casa se lleno de aves. Desde mis ventanas pude observar y oír a más de 16 especies de pájaros. La aparición de fauna silvestre en las ciudades -ese fenómeno que se ha multiplicado en las redes sociales- es un signo que pone de manifiesto que al estar encerrados se baja la amenaza y los animales se aproximan, conquistan nuestros territorios urbanos. Pues entonces, los humanos somos el problema porque los espantamos, encerramos, maltratamos, comerciamos y en algunos casos exterminamos.
Frente a tanta adversidad, considero oportuno no cruzarnos de brazos o dejar liberada la solución de los conflictos a quienes ya demostraron que no tienen interés en hacerlo.
Es momento de redoblar la apuesta. Multiplicar la visibilidad de los problemas es una acción concreta y como profesionales abocados al paisaje, en este momento, tenemos responsabilidad doble y fundamentada.
Solo se requiere de voluntades y estaremos contribuyendo a educar al mundo sobre el valor, beneficio y derecho al y del paisaje. Desde el Instituto del Paisaje de la Universidad Católica de Córdoba ya hace tiempo que lo venimos haciendo con distintas iniciativas, asociados a organizaciones hermanas de Latinoamérica. Para ello usamos la misma estrategia de los virus, actuamos juntos, amplificamos nuestros afectos y por tanto los efectos.
El llamado es ahora, y de una vez por todas, para reencontrarnos con la naturaleza. Debemos mirar a los pueblos ancestrales, nuestras comunidades precolombinas, aquellas que tenían una relación más amable e integral con la naturaleza, simplemente porque se sentían parte de ella. Es hora de firmar un pacto para vivir, expresión que me recuerda la canción de Bersuit Vergarabat, “Un pacto”.
La diferencia sustancial con la historia de la canción se encuentra en nuestra imposibilidad de escapar de esta relación tóxica, que en nuestro caso es con el medioambiente. Resulta tautológico aclarar que la Tierra, por el momento, es nuestra única casa. Podrán existir millones de hogares pero hay un solo planeta, por lo tanto hay un solo hogar. Nos quedan dos alternativas: o nos reconciliamos o vaya a saber hasta cuando seguiremos sosteniendo esta relación.
La pandemia nos ha atemorizado y paralizado, pero al mismo tiempo nos tiene que movilizar e impulsar a producir nuevos pensamientos y acciones, y desde otra perspectiva. Si al superar la cuarentena no inicia un cambio en los modos de vida; en las relaciones con el medioambiente, los sistemas de consumo, productivos, educativos, políticos y éticos; en las actitudes y valores que permitan a cada profesional del paisaje -y de todos los campos de conocimiento- proponer soluciones con responsabilidad social y medioambiental, será que no hay cambio de paradigma.
Si al coronavirus se lo toma como un simple resfrío pasajero, será entonces tiempo de reconocer que no aprendimos nada. Y nuestro final podrá ser tan inesperado y ridículo como el de Juvenal Urbino, el personaje de la novela de Gabriel García Márquez, que abandona a su esposa y su lucha contra el cólera al caer de una escalera, y eso por intentar atrapar a un pájaro que tenía enjaulado, igual que nuestro paisaje coartado. «