12/03/2018 - Clarin.com | Ciudades
Historias urbanas
Hace décadas que piden que muden el penal. Ahora que el Gobierno lo confirmó, se esperanzan con recuperar una zona que se detuvo en el tiempo.
Cárcel de Devoto: las promesas de mudar la cárcel nunca se cumplieron hasta ahora. FOTO: GERMAN GARCIA ADRASTI
Adentro, Horacio Larreta y compañía dicen que es un día histórico para la Ciudad de Buenos Aires y el barrio de Devoto. Lo dice ante los periodistas y los familiares de los internos que ingresan cargados de bolsones de mercadería. De fondo, muy a lo lejos, suenan algunos gritos de los presos.
Pero afuera también pasan cosas: un vecino, de remera blanca con la leyenda “Devoto sin cárcel”, dice “¡qué circo todo esto…!”. Otro, muy mayor de edad, grita entre insultos: “¿Cómo no me van a dejar entrar si mi familia hace cien años que vive acá?”. Otro que se acercó a ver qué pasaba es un directivo de General Lamadrid, el club afiliado a la AFA que tiene su estadio y su sede frente a la cárcel. “Ayer nos llegaron unos planos. Según ese documento, las viviendas serían en los terreros del club”.
Convivir con la cárcel de Devoto. Vecinos desde una terraza con vista al penal, hace dos años. Algunos estuvieron en el nuevo anuncio de traslado de la cárcel.
La mayoría de los vecinos se muestran contentos ni bien salen a la calle Pedro Lozano. Los que esperan en la esquina de Bermúdez, también. Aunque no es la primera vez que les aseguran lo que acaban de escuchar. Por eso, la desconfianza siempre está.
El jefe de Gobierno porteño, Horacio Rodríguez Larreta, junto al Ministro de Justicia de la Nación, Germán Garavano, anunciaron que la cárcel se irá de Devoto en septiembre de 2020. Esa es la fecha para finalizar el traslado de los internos. Luego comenzará un proceso de demolición, para luego usar el terreno para construir viviendas y espacios públicos.
“Que sea un anuncio fuera de campaña es un indicio de que va en serio”, explica Gonzalo Aguilar, un vecino histórico en la lucha por la erradicación, que lleva cerca de 40 años. En su momento alcanzaron a ser cerca de 200 vecinos. Juntaron más de 7 mil firmas por la causa. Aguilar vive sobre uno de los tantos pasajes que la rodean. “Los vecinos están muy entusiasmados, y creemos porque este gobierno tuvo el tema en agenda desde el comienzo de la gestión”.
Mercedes Obregón lleva más de veinte años en el barrio. Su casa está sobre el pasaje Laureles Argentinos, y es la presidenta de la ONG “Devoto sin cárcel”. Con sus pares, se bautizaron “compañeros de cárcel”, en lugar de vecinos. Asegura no poder calcular la cantidad de reuniones a las que fue para exigir y manifestarse contra el traslado de la cárcel. “Siempre se resalta el precio de nuestras propiedades, que son más baratas por la cercanía con la cárcel. Pero yo no me quiero mudar. A mí y a muchos vecinos no nos interesa irnos del barrio. Somos de acá y queremos seguir en nuestras casas. Solo que viviendo más tranquilos. Nuestro lema es 'que se mude la cárcel y no un barrio'”.
La lista de incomodidades es larga: la principal queja es por las batucadas. Algunos dicen que esas noches deben irse a lo de un familiar para poder dormir. O la cumbia: la misma que suena a toda hora en las celdas es escuchada desde las casas. Los gritos y los escopetazos de los penitenciarios, también. Algo similar ocurre con una sirena que suena en cualquier momento de la semana, y nadie sabe si es por peleas o intentos de fuga, o qué.
Otra cuestión molesta es el sentirse observado por los internos. Hay quienes no pueden tomar sol o comer un asado en sus terrazas por los gritos de los presos. Los grupitos de penitenciarios que beben cervezas en los kioscos y supermercados de la zona también lo son: los vecinos dicen que molestan a las mujeres, diciéndoles cosas. La gran cantidad de teléfonos celulares que hay en los pabellones cortó con una de las quejas que lideraba el ranking: ya casi no hay familiares gritándose con los internos a toda hora, sobre las veredas de los vecinos.
Para el que no conoce la zona, “el Devoto de la cárcel” no tiene casi nada del Devoto donde supo vivir Maradona y su familia. Por aquí las casas son viejas y bajas, hay poca luz y casi los únicos comercios que subsisten trabajan por la cárcel. No hubo renovación de vecinos: parece difícil que alguien se interese por una propiedad frente a una cárcel. La mayoría son abuelos. Abuelos que desde ayer vuelven a esperanzarse con salir y encontrar otro paisaje.