El gobierno chino logró aislar Wuhan, el primer gran foco de infectados, para hacer cumplir la cuarentena y evitar que se expandiera el Covid-19. Son fenómenos que pueden determinar cómo va a crecer una ciudad: el caso de Buenos Aires y la fiebre amarilla en el siglo XIX.
En una reciente nota para City Lab, el periodista Ian Klaus dialogó con Michele Acuto, quien investiga para la Universidad de Melbourne cómo se puede prevenir una pandemia desde la planificación urbana mientras en esa misma universidad se intenta dar con una vacuna.
"Por lo general estamos sesgados hacia el paradigma de ciudades globales, pero el Covid-19 tiene mucho más que ver con el periurbano y la conexión urbano-rural. El primer caso, por ejemplo, llegó a Alemania a través de una persona proveniente de las afueras de Wuhan que fue a una fábrica de autos a capacitar empleados. Hay conexiones globales en los aeropuertos, pero es un fenómeno urbano complejo", describe Klaus.
El urbanista, además, sostiene que el coronavirus cuestiona en parte los consensos acerca de qué tipo de ciudades son más deseables. Las ciudades con densidades relativamente altas y mixtura de usos (tener todos los servicios y el trabajo a 15 minutos de casa fue una de las promesas de campaña de la alcaldesa de París, Anne Hidalgo) es uno de esos consensos que en el contexto de un virus puede entrar en cuarentena.
Otro de los desafíos tiene que ver con la digitalización de lo urbano, que muchas veces se entremezcla con sistemas de vigilancia cuestionados por defensores de libertades individuales. Klaus relata cómo Alibaba (el Mercado Libre chino) puede informar con mucha precisión quién está enfermo en cada barrio. "La revolución digital toma así otro nivel de legitimación (...). Si la planificación moderna y la ingeniería civil nacieron en el siglo XIX para desarrollar sistemas sanitarios que impidan el contagio de malaria y cólera, la infraestructura digital puede que sea el saneamiento de nuestro tiempo", sentencia Klaus.
Ese costado foucaulatiano del virus y las estrategias para evitar su propagación estuvieron muy presente en China, que finalmente parece haber transitado la peor parte de la pandemia.
Una de las primeras medidas que tomó el gobierno chino, hace ya casi un mes, fue aislar la ciudad de Wuhan, el primer gran foco de infectados por el coronavirus. Y ahí también entró a jugar la infraestructura urbana: aeropuertos, autopistas, estaciones de subte y tren quedaron cancelados por tiempo indeterminado como forma de hacer cumplir la cuarentena.
Días más tarde los controles se extendieron a todo el país. A través de los empleadores y la territorialidad que otorgan las juntas vecinales el gobierno pedía que la población llene un formulario en su celular con nombre, apellido, lugares visitados en los últimos 14 días, contacto con afectados, entre otros datos que el gobierno central usó, luego de cruzarlos con datos de la policía, el ministerio de Transporte y otras áreas de gobierno para desarrollar un sistema de semáforos que se volcó a un código QR y se distribuyó en los lugares de trabajo, restaurantes y otros espacios de uso público.
Si al escanear este código en la puerta de tu trabajo, universidad o de un restaurante te sale color rojo, no te dejan entrar y te mandan a tu casa a cumplir la cuarentena.
El sistema de control chino llega al punto tal de ir a buscar a domicilio a aquellos que hayan compartido un vuelo con un infectado para llevarlos a cumplir la cuarentena a un hospital/hotel o incluso policías con termómetros en la vía pública que si te agarran con más de 37 te mandan a cumplir la cuarentena a tu casa.
Buenos Aires y la fiebre amarilla
El origen de la epidemiología y el urbanismo también están íntimamente relacionados. Uno de los primeros mapas de una ciudad con estadísticas -dicen que es el primer sistema de información geográfica o SIG- es uno sobre la epidemia de cólera en la Londres del siglo XIX, que mató 700 personas en una semana. Es el mapa que construyó John Snow para determinar dónde estaban los focos de infección y detectar exactamente la bomba de agua que dispersaba el virus.
Las epidemias son fenómenos que pueden determinar cómo va a crecer una ciudad. Pasó en muchas de las grandes ciudades del mundo y Buenos Aires no fue la excepción. Fue hace casi 150 años durante el brote de la fiebre amarilla y muchos urbanistas creen que las centralidades de la ciudad hubiesen sido completamente diferentes de no haber existido dicha epidemia. Una curiosidad: aunque en ese momento no se sabía, la fiebre amarilla era transmitida por el mosquito Aedes aegypti. Sí, el mismo que transmite el dengue.
En 1871, el año de la epidemia, Buenos Aires tenía casi tantos inmigrantes como nativos y la ciudad recién estaba empezando a tomar la forma que tiene hoy. Se estima que el saldo final de muertes fue de 17.000 en sólo seis meses. Casi 4 veces más que las que causó el Covid-19 hasta ahora a nivel mundial, pero la mitad de las muertes que causó la "gripe española" cinco décadas más tarde en la ciudad de Nueva York.
Para el historiador urbano Adrián Gorelik y muchos de sus colegas, la centralidad que tiene hoy el norte de Buenos Aires y las grandes diferencias socioeconómicas con el sur se originaron en parte durante la epidemia de la fiebre amarilla, también conocida como "vómito negro". Es que parte de la aristocracia porteña de ese entonces abandonó sus casonas en San Telmo, Barracas y La Boca y se desplazó hacia Recoleta o zonas en ese entonces todavía no urbanizadas como Palermo o Belgrano en busca de menos concentración de personas y más aire puro.
En diálogo con Cenital, el arquitecto y profesor del Lincoln Institute of Land Policy José Luis Basualdo cuenta que "en la ciudad de Buenos Aires el centro estaba ubicado en lo que era Barracas, San Telmo y La Boca. La fiebre amarilla hizo que se traslade desde esa parte, más baja y anegadiza, hacia el centro actual, más alto, y hacia Recoleta, donde se hicieron las primeras mejoras de infraestructura como el pavimentado de calles. Algunos historiadores cuentan que la Avenida Caseros, que hoy no es muy transitada, se pensaba con una jerarquía similar a la que tiene en la actualidad Avenida de Mayo".
Si los primeros casos de coronavirus fueron detectados entre la población de más altos ingresos por la sencilla razón de que es la que tiene más posibilidades de pagar un traslado hasta y desde los países con mayor cantidad de infectados, la epidemia de la fiebre amarilla empezó por los de abajo: inmigrantes europeos pobres que vivían en conventillos que no cumplían con casi ninguna norma básica de higiene y saneamiento.
Los primeros casos se detectaron en San Telmo y aunque varios médicos alertaron de una posible epidemia al presidente de la Comisión Municipal, Narciso Martínez de Hoz (el abuelo del ministro de Economía de la última dictadura cívico-militar, José Alfredo), éste desoyó la advertencia y no dio publicidad de los casos ni planificó una prevención adecuada. Pasada una semana del primer caso ya había 100 muertes por la fiebre amarilla.
La Comisión Popular de Salud Pública fue conformada por abogados, médicos y políticos ante la falta de respuesta pública, que alcanzó el extremo con el abandono de la ciudad del entonces presidente Domingo F. Sarmiento. La Comisión se encargó de expulsar inmigrantes de los conventillos y hasta de quemar sus pertenencias, así como también controlar que la población negra -que por lo general vivía cerca del Riachuelo, otro de los focos infecciosos- no migrara hacia la zona norte de la ciudad.
Según cuentan algunos historiadores, las provincias limítrofes evitaban la entrada de personas y mercadería provenientes de Buenos Aires y el precio de los alquileres en las afueras de la ciudad registró fuertes aumentos.
Después de la epidemia de 1871, a pedido de la Comisión de Salubridad, se hicieron las obras de infraestructuras más importantes de las que hoy goza Buenos Aires. En 1873 se empezaron las obras cloacales. En 1874 se empezó a construir la red de agua corriente y en 1875 se centralizó la recolección de basura y se determinaron zonas específicas para su disposición. También se prohibieron los saladeros de carne en los márgenes del Riachuelo, cuyas aguas contaminadas eran una de las causas de la propagación rápida de la enfermedad.
Los grandes parques de la ciudad de Buenos Aires, como el 3 de Febrero y el Jardín Botánico entre otros, fueron introducidos en los años subsiguientes bajo la concepción sanitarista de que los espacios aireados y poco densos podían ayudar a prevenir enfermedades.
Escribo sobre temas urbanos. Vivienda, transporte, infraestructura y espacio público son los ejes principales de mi trabajo en Cenital. La intención es aportar ideas, información y datos a los debates que orbitan la vida en las ciudades. Mi newsletter sale los viernes.
Estudié Sociología en la UBA y cursé maestrías en Sociología Económica (UNSAM) y en Ciudades (The New School, Nueva York). Escribo también para revista Crisis.