11 de mayo de 2021
Julián Gorodischer
PARA LA NACION
La Confitería Richmond, en Florida 468 - PATRICIO PIDAL/AFV
Sin turistas ni oficinistas, de las galerías a los locales a la calle, la zona vive un agobiante presente de falta de consumo, en el que los comerciantes aplican su ingenio para poder atravesar la crisis que desató el coronavirus
La “arbolita” Paula está sonriente, pese a las siete horas que ya lleva parada en la calle Florida, en el cruce con Diagonal Norte. “Está peleada la cosa. No hay turismo; no se ve gente en los locales; hay muchos trabajando y pocos invirtiendo. Horas sin hacer nada”, dice. “Somos un 30 por ciento de mujeres dedicadas al cambio blue”. Hoy su cliente típico no llega con el alquiler ―coinciden también muchos de sus colegas varones―; viene a buscar pesos y quema sus dólares ahorrados.
La peatonal está apagada: entre el año pasado y este, cerraron 450 locales en el interior de galerías y 91 negocios a la calle, según los datos más recientes de la Asociación Amigos de la Calle Florida; la mítica panadería y confitería La Piedad, de Florida 31, está cuasi desierta a la hora de la siesta. Cualquier día de su vida anterior devenía al mediodía en bullicio y competencia por un turno. Eran los tiempos en que monseñor Jorge Bergoglio, revela Natalia Sabatella, copropietaria de esta empresa familiar, les mandaba a comprar empanadas de carne crudas que se cocinaban en el momento en sede de la Curia porteña. “Nos hicieron una nota de un medio de Italia —se enorgullece Natalia—; la monja que trabajaba con el Papa sigue viniendo a comprar”.
Florida está desértica: se puede andar en bicicleta de la Plaza San Martín a la Legislatura a las 9 de la mañana o a las 17 sin mayores obstáculos, como si fuera una pista. “No hay caminantes ―dice Eduardo Martín, encargado del Bar Boston City, en el interior de la Galería Güemes―. No hay consumidores”.
Sigue Eduardo: “Hoy hay un 20% de la concurrencia que había. De la mañana al cierre: unas 30 personas”. En tiempos habituales, esa era la marca de unos 20 minutos de actividad tranquila. Cuentan que en la vida previa al 20 de marzo de 2020 se agrupaba la plana mayor de los bancos del área, gerentes y empleados de rango alto en torno a la barra central circular con tapa de cristal y frente de mármol con decoraciones en bajo relieve igual a como fue diseñada e instalada en la década del 50.
“Se armaba una especie de familia de conversación entre todos en voz alta, de la que también participaban periodistas, deportistas y artistas plásticos notables del siglo XX atraídos por el aroma del café La Asturiana y los célebres tarta de ricota y alfajorcito de maicena. A los clientes de años les conocemos los gustos, y ellos saben lo que quieren —agrega Eduardo—. Hay ruegos de clientes de más de 30 años que piden por favor que no cerremos”.
Hay una esquina maldita en la historia de los noticieros argentinos, y es la de la extienda Modart, en Florida y Avenida de Mayo, que fue saqueada en una cuasi cadena nacional televisada en el año 1988, en el marco de la retirada de un acto de la CGT de Saúl Ubaldini, en imágenes que recorrieron el mundo como señales de estallido en los finales del Alfonsinismo. Hoy, allí mismo, en la puerta de Fiori Calzados (que hoy está en lugar de Modart), la típica alegría dominicana que le suelen atribuir a Juan Carlos Ortíz luce apagada, cansina. “La situación es caótica —dice el carismático vendedor inmigrante—; las ventas han bajado un 50%. La calle Florida era puro turismo; hoy en día no tenemos nada. De 10 a 19 es tratar de sumarle algo a la empresa. ¿Un recuerdo feliz? Cuando hacíamos ‘caja buena’ y nos llevábamos platita a casa, sueldo básico más una comisión grupal que estaba muy cerca del monto del básico. Lo celebrábamos con unas cervecitas en el local de Mostaza”.
Reinventarse
A las 18, Paola Flores, del comercio I love gifts revela que el local antes orientado al turismo se reinventó y ahora ofrece mates y artículos de bazar. “Florida está demacrada, arruinada: no hay plata en la calle —se lamenta Luis Alberto, vendedor del kiosco Open 24 horas, de Florida y Tucumán—. Trabajamos mal; muchos no se cuidan y salen sin barbijo. En época de turismo, esto era regalería y alfajores de elaboración propia; hoy es cigarrillos, y alguna galletita”.
Media hora más tarde, en Florida casi llegando a Rivadavia, la señora Adriana Heingl, argentina de origen alemán, se pasea junto a la auxiliar de Gerontología Noemí del Valle: “Sí o sí la tengo que sacar a la señora a pasear a esta hora porque ella necesita caminar”, justifica Noemí la presencia de ambas. La señora aprovecha para expresar un deseo para la calle en la que vivió toda la vida: “¡Por favor, levanten las persianas de los negocios y que haya más luz!”.
En Sabores Express, de Florida 170, cuando ya no queda un alma en un escenario de film pop-apocalíptico de titilantes luces de neón, la señorita Eli advierte que la calle empezará a perder progresivamente a su nutrida colectividad venezolana. “Los armenios tienen las joyerías; los peruanos, las financieras; y venezolanos hay en todos lados”, había descripto Federico, encargado de Birra & Shawarma, en Florida y Diagonal. Pero Eli es drástica: “Entre nosotros [venezolanos residentes en la Argentina] estamos hablando de irnos a otros sitios. A Estados Unidos, a España. Olemos inflación y sentimos deja vu”.
Florida es hoy un después de hora que al excepcional visitante de las 23 le ofrece presenciar un rodaje de época para un comercial de la cadena de farmacias Farmacity, que se desarrolla justo frente a la mítica Confitería Richmond (Florida 468), devenida solo por esta vez depósito de escenografía y vestuario. Al día siguiente, su persiana estará baja otra vez. Florida es el paisaje que antes atraía al turista y hoy al vecino flâneur que no puede creer que los murales de Berni, Spilimbergo y Castagnino, desde el interior de la cúpula de las Galerías Pacífico (el edificio más que centenario), se le entreguen solo a él, ante el vacío de paseantes, un sábado.
Los fantasmas de un imaginario gentío se suceden al pasar frente la ex Gath y Chaves —que se fue en el 74—, frente a la ex Harrod’s —que desapareció en el 98— y también frente a la tienda Falabella de Florida y Perón, que sigue abierta pero con anuncio de cierre inminente y poca adhesión a su cartel de “70% Off”.
A 15 minutos a pie de ahí, el departamento más caro del Edificio Kavanagh sigue publicado a un 30% menos del valor con que se publicitaba en 2018 en el sitio Zona Prop. Hace años que su dueño, el millonario francés Lord Alain Levenfiche, intenta vender el 14º “A” del edificio más emblemático de Buenos Aires, pero los siete ambientes, terraza con pasto y magnífica vista a la Plaza no encuentran oferente en un momento crítico de los bienes raíces. Toda Florida empieza o se termina en ese punto, en el Kavanagh, en el límite con la Plaza San Martín, ávida de futuro, entre pura melancolía de esplendor perdido.