LA NACION | OPINIÓN | CIUDAD | por Matías Landau
28 de julio de 2019 | La intensa circulación de población entre el conurbano y la metrópoli permite una visión de lo porteño que va más allá de la demarcación geográfica.
La Buenos Aires contemporánea es una ciudad enmarcada por unos límites jurisdiccionales que no coinciden con su despliegue urbano. Ante esta realidad, cabe preguntarse: ¿qué es Buenos Aires? ¿Es la que llega hasta la Avenida General Paz? ¿Es la que incluye el conurbano? En buena medida, de la definición de qué es Buenos Aires depende de los que deben ser considerados sus legítimos integrantes. ¿Solo los porteños con domicilio allí? ¿Y aquellos que todos los días transitan la ciudad, estudian o trabajan, y provienen de municipios cercanos? De cómo respondamos estas cuestiones se deriva, también, el interrogante por su gobierno. ¿Cuáles son incumbencias propias de un gobierno de la ciudad? ¿A partir de qué instituciones, programas, saberes, deben desplegarse?
En muchos aspectos, el modo en que en la actualidad las autoridades políticas y los principales expertos se enfrentan a estos interrogantes es el resultado de una sedimentación histórica que puede rastrearse en distintas etapas, desde la federalización de Buenos Aires, en 1880, hasta su autonomía, en 1996. Reflexionar desde el presente, pero teniendo en cuenta más de un siglo de historia, permite observar cómo el despliegue urbano, el desarrollo social y la sanción de diversas normas jurídicas fueron modificando los problemas y las concepciones de gobierno. Una mirada de largo plazo permite ver que, desde fines del siglo XIX hasta la actualidad, las élites políticas y académicas han respondido al desafío de gobernar Buenos Aires condicionadas por las demandas populares y las coordenadas sociopolíticas y urbanas de cada momento. Buenos Aires ha sido a la vez una y muchas: la federalizada, ampliada, democrática, moderna, peronista, metropolitana, en transición y autónoma. En cada una de ellas se articularon y tensionaron las problemáticas sociourbanas y político-municipales, en un proceso de metamorfosis que ha tenido ciertas continuidades, pero también cambios significativos.
Hasta la década del 30, cuando las élites políticas y académicas reflexionaban sobre cómo gobernar una urbe en crecimiento, aún podían considerar conjuntamente la dimensión urbana y municipal, ya que Buenos Aires era una unidad sociourbana desplegada dentro de sus límites jurisdiccionales. El rápido desarrollo del conurbano, en la segunda mitad del siglo XX, provocó la continuación de la urbanización por fuera de los límites municipales. A ello se sumaron, más tarde, tendencias de fragmentación y segregación urbanas, que incrementaron la distancia física y social entre los grupos de población de sectores acomodados y las clases populares.
Este proceso comenzó en un contexto jurídico e institucional que negaba la naturaleza política de la Capital Federal, entendiendo por ello un conjunto de ciudadanos autogobernados. Quienes vivían en Buenos Aires eran considerados solo vecinos, o ciudadanos nacionales que vivían en la ciudad. Pero no ciudadanos de la ciudad. Esto se modificó a partir de la Constitución de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires sancionada en 1996, que habilitó la elección directa del Jefe de Gobierno y estipuló nuevas incumbencias gubernamentales, hasta entonces en manos de autoridades nacionales. Desde entonces, pese a su estatus jurídico sui generis, la ciudad autónoma se asemeja a las provincias en el régimen federal. Ahora sí, a diferencia del pasado, hay ciudadanos de la ciudad.
La ciudad porteña logró su autonomía en un contexto de crecientes problemas urbanos. Esto supone nuevos desafíos gubernamentales. En la actualidad, la consolidación de Buenos Aires como un cuerpo con autogobierno permite y favorece la creciente participación de sus habitantes en los asuntos públicos. Sin embargo, ello conduce a su reforzamiento como una entidad que se cierra sobre sí misma, en el momento en que el desarrollo de la realidad metropolitana ha adquirido dimensiones inéditas y que los procesos de fragmentación socio-territorial han erosionado la idea de una ciudad integrada. Frente a esta realidad, deben ser consideradas tanto la Buenos Aires que marcan los mapas como la que se extiende por fuera de sus límites, puesto que la primera es la base para el desarrollo de prácticas democráticas de participación política, y la segunda es la que posibilita el desarrollo de relaciones económicas y sociales que favorecen el crecimiento regional y nacional. El desafío actual es lograr que coexistan con el menor grado de tensión posible.