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Susana Boragno
Han pasado más de 150 años y seguimos sufriendo al venerable y corrupto Riachuelo. Cambia su nombre al cruzar el Puente La Noria, pero no cambia en esencia, su sufrimiento en los 64 kilómetros de recorrido. Desde los comienzos del siglo XIX hasta la actualidad las crónicas sobre el Riachuelo son abundantes y no ha dejado de ser mencionado, especialmente cuando se produjeron las epidemias del cólera (1867/8) y fiebre amarilla, (1871). Fueron años de los más nefastos que recuerda la ciudad.
El doctor Tomás L. Perón (1839/1889), contaba con una reputación notoria en materia de peritajes-médico legales. Era profesor de Medicina Legal, atendía la redacción de la Revista Médico-Quirúrgica y miembro la Asociación Médica Bonaerense que estudiaba sobre la etiología de la fiebre amarilla y la fiebre miasmática producida por las fermentaciones de residuos orgánicos. Todavía se ignoraba del criminal mosquito Aedes Aegipty, vector de la fiebre amarilla, fiebre que sesgó 14.000 vidas.
Como integrante del consejo de Higiene Pública le pidió a las autoridades el fiel cumplimiento de las normas dictadas. Era preciso ejercer una vigilancia policial activa sobre los establecimientos que podrían convertirse en focos infecciosos y que "la ciencia reputa de insalubres" . Se creó un conflicto entre ambas instituciones. La Municipalidad rechazó la nota y respondió que la enviaría al archivo como así las subsiguientes que podrían recibir. Por entonces las materias residuales se arrojaban a la calle mezclados con escorias y desde ahí como agua corriente terminaban en los arroyos.
Las aguas del Riachuelo se descomponían por los desechos de los saladeros instalados a sus orillas. Las reses eran enlazadas, degolladas y descuartizadas bajo el rayo del sol o a la lluvia continua, en medio de una nube de tierra chapaleando barro y respirando una atmósfera nauseabunda. No se podía abrir la boca por temor a tragar insectos, el aire estaba plagado de moscas que cubrían la ropa, el rostro, las manos. Se encontraban cientos de hombres ensangrentados con los pantalones arremangados hasta medio muslo. Se movían en esa horrible carnicería o pisoteaban montículos de carne sanguinolenta.
En 1857 debido al alarmante aire que se respiraba se prohibió la instalación de saladeros, jabonerías, chancherías, etc. situadas dentro de las 30 cuadras de la Plaza de la Victoria. En 1868, debido a la epidemia del cólera, el gobernador Adolfo Alsina prohibió la faena de animales conminándolos a destruir los residuos antes de arrojarlos al Riachuelo. Finalizada la epidemia podían continuar. El 15 de febrero de 1871 la nacion denunciaba que "el lecho del Riachuelo era una inmensa capa de materias en putrefacción (...), su corriente no tiene color, (...) unas veces sangrientas, otras veces verde espesa, (...) parece una torrente de pus que escapa a raudales de la herida abierta en el seno engangrenado de la tierra".
Los desechos orgánicos provocaban gran mortandad de peces, sumado a la cantidad de arsénico de las curtiembres y la potasa cáustica empleada en las jabonerías. Con el tiempo otros fueron los protagonistas. Los frigoríficos trajeron nuevas contaminaciones. Se sumaron las tintorerías industriales y las fábricas metalúrgicas. Más tarde, el petróleo terminó de pintar las aguas de negro.