Adrián Gorelik.

Adriana Balaguer PARA LA NACION
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(Ilustración Diario la Nación ¿Habrá una nueva Buenos Aires? Forzada por el coronavirus, la ciudad se reinventa.)

El arquitecto no cree que la virtualidad vaya a desplazar los espacios de encuentro con el otro que ofrecen las metrópolis, pero alerta sobre la necesidad de impulsar un urbanismo saludable


Adrián Gorelik Arquitecto, urbanista e historiador Crédito: Santiago Cichero/AFV

Arquitecto, urbanista, historiador cultural de la ciudad. Investigador del Conicet y docente de la Universidad Nacional de Quilmes. Hombre de Balvanera con oficinas en Caballito. Adrián Gorelik conoce la ciudad de Buenos Aires por estudiarla y por vecino. Dice que no se dedica profesionalmente a analizar el presente, y que si lo hace a pedido es porque es "el punto de llegada de toda la historia que estudio".

Cuando pone en foco la ciudad pospandemia, la imagina sobreviviéndola. Dice que, pese a la existencia de un histórico "reflejo antiurbano", nada terminará con las ciudades porque "siguen ofreciendo una dinámica cultural que tiene que ver con el encuentro con el otro, con el espacio público, con la calidad de la vida pública". Si no desaparecen, entones la duda es si al menos el coronavirus las modificará. Cuenta la historia que a inicios del siglo XX, tras la fiebre amarilla, los arquitectos tomaron más ideas de médicos y enfermeras que de la teoría arquitectónica. La enfermedad, entonces, modernizó la arquitectura. Pero Gorelik asegura que con el Covid-19 será distinto. La fiebre amarilla o el cólera tenían "una razón directa vinculada con las infraestructuras, en estos casos el agua, y por eso la solución implicó grandes transformaciones estructurales". Pero en esta crisis sanitaria no es así: "Hablamos de aspectos de un urbanismo saludable, razonable, pero estos son previos a la pandemia".

El concepto AMBA pareció en un momento de la cuarentena haber conseguido superar las grietas políticas. En una misma conferencia de prensa, a la derecha y la izquierda del Presidente, se sentaron el gobernador bonaerense y el jefe de gobierno porteño. Dejó de hablarse de dos realidades diferentes, a un lado y al otro de la General Paz, y pasó a hablarse de una enfermedad que no conoce "límites jurisdiccionales". Esto parece ser un aspecto alentador que, a su entender, no debería desaparecer en la pospandemia. "No puede haber una política descoordinada para toda esta gran región", afirma.

¿Cómo debería ser el diseño de las ciudades pospandemia?

Las ciudades tienen dinámicas propias en las que no es tan sencillo intervenir. Uno lo que debería preguntarse es qué se podría hacer desde las políticas públicas para conseguir que algunos riesgos sanitarios sean menos graves en las grandes ciudades. En este sentido, la pandemia tiene una particularidad y es que no está asociada directamente a algún problema urbano. Por supuesto, la gran concentración de gente es un aspecto fuerte, pero la expansión de la pandemia en los pueblos de la provincia de Buenos Aires y del interior del país demuestra que a las ciudades pequeñas también les toca. Estas enfermedades no reconocen límites jurisdiccionales. Ahora cuando uno piensa en Buenos Aires, piensa en factores que son agravantes para un virus como el transporte público, el hacinamiento de los barrios de emergencia, marginales, periféricos. Los inquilinatos, las pensiones, todas las formas de precariedad habitacional, que en nuestras ciudades latinoamericanas son un porcentaje muy amplio de la población total.

¿No habría también que ampliar el espacio público, mejorar los espacios verdes, el ancho de las veredas?

Estas ya son premisas básicas del urbanismo prepandemia. La pandemia puede ser un shock de susto para dinamizar algunas de esas políticas, pero no está generando políticas específicas. Quiero compararlo con lo que fue el caso de la fiebre amarilla o el cólera, donde al tener una razón directa vinculada con las infraestructuras, en estos casos el agua, la solución implicó grandes transformaciones estructurales. En esta pandemia hablamos de aspectos de un urbanismo saludable, razonable, que son previos a la pandemia.

Pero en lo laboral, por ejemplo, con mayores porcentajes de la población haciendo uso del teletrabajo, ya no se justificaría instalarse en las ciudades para estar cercar de las grandes empresas.

El home office en muchos rubros ha llegado para quedarse, pero me temo que no va a producir los cambios que algunos están imaginando. Desde el boom de Silicon Valley se viene hablando de que el trabajo a distancia va a cambiar las formas de las ciudades, pero las ciudades siguen ofreciendo una dinámica cultural que tiene que ver con el encuentro con el otro, el espacio público, que no creo que sea reemplazable por ningún trabajo a distancia.

¿Seguirán existiendo entonces las grandes metrópolis?

Son ciudades donde viven doce, quince millones de personas. No digo que sea la forma más racional de vivir, pero son metrópolis que tienen un peso enorme en las culturas y economías de sus naciones y no se pueden desarmar así nomás. En estos momentos críticos resurgen, una y otra vez, dos cuestiones que hay que atender. Una es un típico reflejo antiurbano que existe en Occidente desde principios del siglo XIX, después de la revolución industrial. Cuando se vio que las ciudades no eran lo que la época ilustrada había pensado, el lugar de realización de las cualidades humanas, sino lugares de hacinamientos, masificación, ruptura de la idea de la libertad individual en la masa. Esta idea de irse de la ciudad es algo que recurrentemente circula en la cultura. Hay una relación campo-ciudad que se ha estudiado; Raymond Williams tiene un libro que se llama El campo y la ciudad que trabaja justamente con esta dinámica. Lo otro a lo que hay que prestar atención es a la voz del saber técnico de la planificación, que ha estado siempre entre nosotros, y que viene alertando sobre la necesidad de controlar el crecimiento de las grandes metrópolis.

Pero en Europa se está hablando de un mayor regreso al campo.

En Europa desde la década de 1970 se viene verificando un regreso a los pequeños pueblitos, que aumentó con el trabajo a distancia, y que la convirtió en un territorio metropolitano unificado. Hoy Europa está atravesada por redes de comunicación, trenes de alta velocidad e interacción de todo tipo, que hace que sea prácticamente indistinto vivir en las ciudades o en las afueras. Pero es prácticamente el único caso donde tenemos todo un continente que funciona como un territorio metropolitano. En América Latina hay otra realidad. Tenemos grandes extensiones vacías y grandes ciudades muy concentradas. Aquí tenemos un patrón que viene desde la conquista y que es el de grandes ciudades cabeza del control político, económico y social. Está muy bien que discutamos políticas para que esto pueda disminuirse. En la Argentina, incluso, en la mitad del siglo XX pudimos visualizar el crecimiento de muchas ciudades medianas y pequeñas. El problema es Buenos Aires, esta enorme concentración que ninguna política parece poder parar.

Donde conviven distintas realidades que no saben de esa grieta física que es la General Paz.

¿Es en el AMBA donde conviven las distintas realidades o es también en la pequeña ciudad de Buenos Aires donde lo único que crece poblacionalmente son las villas miserias? Hace décadas que tenemos en la ciudad de Buenos Aires niveles de vida increíblemente diferentes. Por supuesto que el tercer cordón tiene una realidad distinta de la del centro de la ciudad, pero no debemos olvidar que esta está carcomida por inquilinatos, hoteles, villas, que no tienen niveles de vida mucho más dignos que los del tercer cordón. Tenemos que ver que el área metropolitana es una realidad enormemente heterogénea, compuesta de fragmentos urbanos que viven a distinta velocidad. Una política que se haga cargo de eso lo primero que tiene que hacer, que es lo que apareció como gran novedad en la pandemia, es plantear que no puede haber una política descoordinada para toda esta gran región. Buenos Aires es la única ciudad del mundo donde la palabra Gran Buenos Aires sirve para hablar de lo que está afuera del borde de la ciudad capital. El concepto de gran ciudad, de Gran Londres, Gran Berlín, lo inventó el biólogo Patrick Geddes para hablar justamente de la necesidad de una coordinación metropolitana de esa especie de pulpo que estaba creciendo.

Hoy la realidad pandémica está planteando que una ciudad sana que no necesariamente es una ciudad verde. Para cuidar la salud, la gente se acerca al centro en auto y sabemos que eso no ayuda a bajar la contaminación.

Es un efecto muy contraproducente del Covid, ya que está probado que las ciudades que mejor funcionan son las que tienen el mejor sistema de transporte público, más cobertura, más frecuencias, más variedades de modalidades para combinar las llegadas a los distintos lugares del territorio. Si uno se imagina lo que significa la vida cotidiana de una persona que vive en La Matanza y trabaja en capital, o que vive en La Matanza y trabaja en San Isidro, es tremenda la cantidad de horas que se pasan en un transporte publico que no es ni cómodo, ni ágil, ni tiene las condiciones adecuadas. Una unificación del sistema de transporte es clave. Tardamos décadas para tener un boleto único? ya esto es un gran avance. Pero así y todo dista muchísimo de lo que puede ser un sistema de transporte unificado donde los transbordos, las formas de traslado, sean mejores. El colectivo fue una forma democratizadora del transporte público, pero llegados a cierto punto del desarrollo urbano comienza a funcionar perversamente. El colectivo debe ser el punto terminal que conecta la estación de subte o tren con los lugares más alejados. No puede seguir recorriendo extensiones tan grandes o ser el único medio de transporte que tiene alguien para llegar a su trabajo.

En París se está hablando de "la ciudad de quince minutos": vivir cerca de nuestros lugares de compras o de trabajo, usar bicicleta. ¿Es posible un modelo así en CABA?

No es casual que París hable de eso para contrarrestar la realidad. También es una ciudad muy centralizada. En las últimas décadas se ha empezado a verificar un tipo de descentralización que creo que tiene que ver con la densidad de la población. Si uno va a San Isidro o va a Lomas de Zamora, ve una relativa autonomía de la vida social y económica de esas regiones que no existía a mediados del siglo XX. Lo de los quince minutos es una idea tentadora. Creo que en muchas cuestiones se efectiviza, pero hay muchas tareas que aún no se han descentralizado. Un ejemplo de esta descentralización son las universidades del conurbano, que cumplen un papel fundamental posibilitando que diferentes sectores sociales puedan tener la universidad más cerca de sus barrios.

Volviendo al tema del efecto del hacinamiento en la propagación de las pestes, ¿qué ocurrirá en el pos-Covid?

La carencia de agua potable en muchos barrios de una ciudad como Buenos Aires, la carencia de cloacas en un 60% de la región metropolitana, son carencias que deberían llamar la atención porque hacen a la dignidad humana y van muchísimo más allá de la pandemia. Sin infraestructura no hay ciudadanía. Esas son las grandes asignaturas pendientes que no puede ser que discutamos solo cuando hay una pandemia o cuando hay una toma de tierras.

¿Por qué el Estado no logra solucionar el tema de las tomas?

La toma de tierras es uno de esos temas que la sociedad discute cuando aparece la emergencia, pero que en realidad está todo el tiempo. Hoy se vuelve a debatir si es usurpación o si no lo es. Recordemos que hace poco tiempo era por el Parque Indoamericano, y que desde la década de 1970 los sectores populares no tienen acceso al mercado del suelo. Aquí hay un Estado que avanza en el reconocimiento de derechos sociales, la vivienda digna y la propiedad social del suelo son derechos constitucionales, pero al mismo tiempo no avanza en la forma de volverlos realidad y se contradice con el derecho civil o el derecho penal donde la propiedad es inviolable. Tenemos un conflicto muy serio porque la falta de acceso a un mercado de suelo accesible para los sectores populares va creando ollas a presión que provocan estallidos. Lo que el pensamiento urbanísitico siempre reclamó fue que el Estado interviniera en el mercado del suelo, por ejemplo, comprando tierras urbanas muy baratas y de este modo regulando el mercado y a su vez regulando como crece la ciudad, con qué forma, con cuánta concentración. En los años noventa no solo el Estado no se apropió de las tierras periféricas para regularlas, sino que además estas se sobrevaluaron por los countries que eran más que bienvenidos en los municipios porque eran sinónimo de más impuestos. Es imperioso que se vuelva a algún tipo de coordinación, y que el Estado ponga a jugar lo que dice la Constitución, a través de leyes adecuadas que permitan el acceso al suelo de los sectores populares.