infobae | Fernando Soriano 30 de julio de 2017
Esa cantidad es la que llega al predio de Ceamse en el camino del Buen Ayre. Cuáles son los procesos para evitar la contaminación y la saturación del suelo.
Dos mil quinientos camiones de recolección, uno pegado detrás del otro, desde una punta de la General Paz a la otra, cargados con 17 mil toneladas de basura, cada uno de los días del año, en un circuito infinito. La foto imaginaria quizá sirva para comprender la magnitud de volúmen y movimiento permanente que tienen los residuos que desechan casi 15 millones de habitantes que viven o trabajan o las dos cosas en Capital Federal y Gran Buenos Aires.
¿Y a dónde van a parar esos 17 millones de kilos diarios? La respuesta está bajo la tierra de las 500 hectáreas que ocupa el Complejo Ambiental Norte III de Ceamse. Esta pequeña "ciudad" ubicada entre los municipios de Tigre, San Miguel y San Martín recibe y procesa alrededor del 40% de la basura que se produce en todo el país y es el centro de operaciones donde un equipo de ingenieros corre una carrera contra la degradación del medio ambiente.
Desde hace menos de cinco años, Ceamse -una empresa creada por los estados de la provincia de Buenos Aires y la Ciudad- trabaja para convertir una porción cada vez más grande de basura en energía o en nuevos productos utilizables: clasifica material reciclable, reconvierte el caucho, fabrica ladrillos con la sobra de los alimentos, genera compost a partir de los residuos verdes y la poda, transforma el líquido que exhuda la basura en agua de riego y convierte los gases en energía eléctrica.
Suena futurista, pero en países avanzados y con profunda conciencia ecológica como Alemania o Noruega, el 80% de la basura recibe este proceso. "Acá estamos en el 13%", aclara Marcelo Rosso, gerente de Nuevas Tecnologías y Control Ambiental. Parece poco, pero según explica el hombre, es un porcentaje alto si se compara con la media mundial.
Efectivamente, 1.100 de las 17.000 toneladas van a parar a la planta de Tratamiento Mecánico Biológico (TMB), el sector más moderno del lugar. Un galpón integrado por cuatro líneas de producción que huele a fruta podrida, orina, a dulce, a cítrico o a todo junto, bajo un ruido tan constante que en algún momento desaparece por costumbre. En este espacio se procesan los desechos que llegan de la Ciudad de Buenos Aires, donde, supuestamente, cada habitante debiera separar los residuos sólidos recuperables (papel, plástico, cartón) de los que no lo son.
Aquí la basura es tomada por unos "pulpos" mecánicos que la apoyan sobre cintas, con destino a una máquina que la tritura. Más tarde ingresa en un trommel, que no es otra cosa que un cilindro que separa lo orgánico de lo sólido. En este punto del proceso las máquinas ceden el lugar a los seres humanos. Un equipo de operarios separa con sus manos lo reciclable. Los metales también siguen su propio curso hasta que dan con un metal que los atrapa para su selección. Todo lo que puede ser reutilizable se enfarda en unos cubos compactos y enormes y el resto va a parar a los "módulos". Con este proceso se recuperan unas 600 toneladas cada día.
El camino de la basura de los porteños y los habitantes del conurbano empieza en los tachos de cada casa. Salvo esas 1.100 toneladas diarias, la etapa de transformación de la mayoría de la basura arranca cuando los camiones la vuelcan en las "montañas" que le dan al terreno del complejo Norte III una topografía serrana. Técnicamente se les llama "módulos" y allí la depositan los camiones. Casi 16 mil toneladas, más lo que sobra del TMB van a parar bajo tierra, con una técnica que se denomina de "relleno sanitario" (y que es la que implementa Estados Unidos, en contraposición con la "europea" TMB). Pero no es como en aquel célebre capítulo de Los Simpson, aquí la basura no se esconde debajo de la alfombra: se asegura el aislamiento con tres capas de impermiabilización (polietileno, suelo arcilloso y tierra natural) con el fin de preservar los recursos de agua, tierra y aire.
Las montañas de basura se van degradando y "transpiran" un líquido conocido como "lixiviado", que es extraído por un equipo de bombeo para que no contamine las napas. De allí va a parar a la que las autoridades de Ceamse denoniman "la planta más grande del mundo" de este tipo: un piletón inmenso donde se revuelven 2.000 metros cúbicos de este líquido cada día. Es un agua marrón, viscosa y con un aroma nauseabundo, pero que luego de un proceso de varios filtrados y "nanofiltrados" se convierte en agua limpia que la empresa usa para regar su predio o devuelve a la cuenca del río Reconquista, que recorre el centro Norte III como una cicatriz. Realmente, parece un milagro de la modernidad que de la basura salga agua.
De hecho, parte de los residuos no sólo se vuelven agua, también se convierten en energía. La basura enterrada despide gases tóxicos para el medio ambiente como el metano, que contribuye al efecto invernadero. Si el proceso del agua parece a simple vista una técnica compleja pero comprensible, el hecho de pensar que la basura puede contribuir a la iluminación de un barrio de 15 mil hogares o un camino suena de ciencia ficción. Pero es real.
El gas metano es captado y transportado por cañerías hasta una zona de compresores muy ruidosos que enfrían el gas y lo transforman en "biogás". Pero el proceso no termina allí, ya que eso se convierte en energía y se transmite por medio de un electroducto subterráneo de casi 8 kilómetros de largo (cables) hasta la subestación Rotonda, en la localidad de José León Suárez, y de ahí a la distribución final de energía que abastece a hogares bonaerenses.
Ceamse capta las cubiertas de vehículos de caucho y reconvierte el material. Con las sobras vegetales de podas y ramas produce compost en silobolsas. Y con los alimentos, desde el año próximo abrirá una fábrica de "ecoladrillos". Por ahora trata la basura con una técnica mixta: un poco lo que hace Estados Unidos, que considera que la técnica de relleno sanitario es la menos costosa, tanto a nivel económico como ecológico, o la europea, donde, por caso, Noruega genera tan poca basura que usa sus plantas para transformar los residuos de países vecinos y vender la energía que produce.
A eso, de alguna manera, apuntan las mentes que miran al futuro en la inmensa ciudad de desechos que es el centro Norte III. "Hoy procesamos el 13%, pero queremos llegar al 100% en 2030", explica Rosso. Es que a diferencia de lo que todos creemos, los desperdicios tienen cada vez más valor.