Una mirada urbanística de la pandemia

La izquier dadiario

Ángel Lezcano Orús

Si realmente queremos minimizar futuras pandemias, es necesario modelar una alternativa que posibilite una nueva distribución territorial, unas nuevas dinámicas poblacionales, una economía que no se base en la deuda y el crecimiento infinito, pero sobre todo es necesario un nuevo sistema que lo permita.

Una de romanos...

En el 165 d.C. el Imperio Romano sufrió una gran pandemia en la que murieron más de cinco millones de personas. Conocida como plaga o peste Antonina, tuvo su origen en oriente, y fue propagada por las tropas militares romanas. La falta de higiene, el agrupamiento masivo de las tropas y el desplazamiento de miles de soldados a lo largo del Imperio fueron los principales factores de expansión y el aumento del riesgo epidemiológico.

Según los historiadores afectó a todas las clases sociales, entre un 7 y un 10% de la población, pero en las ciudades la mortandad fue de entre el 13 y el 15% debido a la gran concentración de población y la falta de higiene que previniera la expansión y permitiera el control de la enfermedad.

Los emperadores antoninos promulgaron numerosas leyes que incluían sanciones al incumplimiento de las normas establecidas, pero a pesar de que el Imperio Romano era pionero en la ingeniería civil y medidas higiénicas con el sistema de alcantarillado, los baños públicos o los sistemas de agua corriente, éstas no fueron suficientes para evitar que las condiciones de insalubridad fueran la constante en la época.

La gente apenas se lavaba las manos, la contaminación de los alimentos era la norma general, los propios baños públicos eran focos de infección, las ciudades estaban infestadas de ratas y moscas, la alta densidad de población y la gran conectividad dentro del Imperio facilitaba la transmisión de todo tipo de bacterias y virus.

Los romanos transformaron el paisaje y lo modificaron a su voluntad, talando y quemando bosques, modificando ríos y drenando cuencas fluviales enteras. Tal y como menciona el historiador Kyle Harper en su ensayo El fatal destino de Roma:

"Los romanos vivieron en una encrucijada fatídica de la historia humana y la civilización que crearon fue, en aspectos que no podían ni imaginar, víctima de su propio éxito y los caprichos del medio ambiente". La pandemia afectó principalmente a las ciudades, pero su origen estaba fuera de ellas.

Higienismo y especulación bajo el primer capitalismo

Dejemos atrás al Imperio Romano y viajemos en el tiempo hasta la Ciudad Condal, Barcelona, a 1854, a finales de la Primera Revolución Industrial en España. Durante los siglos XVIII y XIX la población fue creciendo hasta tener una densidad de población tal que se estaba poniendo en peligro la salud de las personas. La ciudad por aquel entonces todavía conservaba sus murallas y su crecimiento estaba limitado por el propio espacio definido por su perímetro. Los problemas de salud pública no solo eran frecuentes en Barcelona; las epidemias azotaron duramente las grandes urbes, cada vez más pobladas y con serios problemas de hacinamiento.

"A pesar de las cuarentenas impuestas para lidiar con la expansión de las enfermedades, la ciencia fue clara respecto a las soluciones que se debían aplicar: era necesaria una ciudad higiénica y funcional que permitiera la igualdad de todos los habitantes."

El urbanismo asumió la responsabilidad que le correspondía y propuso una serie de transformaciones que fueron factores clave para la mejora de la ciudad y de las condiciones de vida de las personas, y en 1859 se abre el proyecto de creación del Eixample de Barcelona.

El responsable del proyecto de expansión de la ciudad derribando las murallas que la constreñían fue Ildefonso Cerdá, ingeniero, urbanista y político. Cerdá, considerado como uno de los fundadores del urbanismo moderno, que pertenecía a la corriente de los socialistas utópicos, muy concienciado con la lucha contra la desigualdad y la mejora de las condiciones de vida de la clase obrera desarrolló numerosos estudios y tratados en torno a ella defendiendo un equilibrio entre los valores urbanos y las ventajas del medio rural.

Recreación del proyecto original de Cerdá

Propuso una ampliación de la ciudad en forma de cuadrícula regular, integrando espacios verdes y servicios, calles de anchuras que minimizaban la gran densidad de población y anteponiéndose a las necesidades del futuro, proponiendo un modelo basado en manzanas con patios interiores, que favorecía la ventilación, la entrada de luz natural, e incorporaba una batería de medidas de los movimientos higienistas pero también de necesidades de la clase obrera.

Lamentablemente, en 1859, a pesar de que su proyecto se llevó a cabo, contribuyendo enormemente a la transformación de la ciudad, las presiones del capital hicieron que éste sufriera multitud de modificaciones, como la eliminación de la propuesta de edificar únicamente dos de los cuatro lados de cada manzana, y dedicar los dos restantes a zonas verdes.

Todas estas modificaciones fueron resultado del rechazo y la presión de la burguesía dominante, que no comulgaba con el carácter antiautoritario, antijerárquico, igualitario y racionalista del proyecto de Cerdá; pero también de muchos arquitectos e instituciones públicas que continuaron la inercia del sistema, vaciándolo de gran parte de sus fundamentos ideológicos, de clase e higienistas. La especulación y la densificación acabaron desvirtuando completamente el proyecto, y a pesar de todo ello supuso un claro cambio de paradigma en la forma de planificar las ciudades.

A lo largo de la historia, vemos cómo el conocimiento y la lógica no solo tiene que luchar con el desconocimiento o la ignorancia, sino que el principal obstáculo reside en los poderes económicos y políticos de cada época. Cada fase histórica del capitalismo se puede analizar desde una perspectiva urbanística y geográfica, cualquier sistema socioeconómico modifica directamente el espacio para adaptarlo a sus necesidades, y la propia ejecución de las dinámicas sistémicas y la configuración del espacio influyen directamente en la aparición y dispersión de enfermedades, epidemias y pandemias.

El capitalismo no atiende más que sus propios intereses. Sus respuestas no serán nunca un proceso de reversión de sus propias inercias sistémicas, sino la propuesta de medidas adaptativas a las nuevas condiciones históricas. El propio capitalismo se modifica a sí mismo y adapta como si de un virus se tratara.

El capitalismo adapta el urbanismo a sus necesidades según la etapa

La industrialización de los siglos XVIII y XIX provocó importantes cambios en el modelo territorial y urbanístico debido a las nuevas necesidades del sistema capitalista y sus diferentes sectores económicos, que requerían una gran concentración de mano de obra y servicios auxiliares.

Esta fase de transformación territorial se compuso de tres factores principales: la migración poblacional del medio rural a las ciudades, la vinculación entre avances industriales y urbanísticos, y la construcción de infraestructuras con una red de carreteras y ferrocarriles. Tal y como refleja Saskla Sassen, de la Universidad de Columbia:

"la primera fase keynesiana se caracterizó por la producción en masa, el consumo de masas y la construcción de grandes zonas suburbanas; las personas solo eran consideradas como trabajadores y consumidores."

El capitalismo del siglo XX requirió un modelo territorial y urbanístico concreto, caracterizado por la concentración poblacional y de los centros de producción, una alta sectorización del espacio público, la especulación, gran impacto medioambiental y limitación de la mejora de las condiciones de vida.

En los años setenta y ochenta muchas ciudades sufrieron la ruina económica, los centros urbanos se vaciaron de las empresas tradicionales y de clase media, y se llenaron de firmas especializadas e innovadoras que, aunque contribuyeron a la recuperación económica, profundizaron en la especulación del suelo y la vivienda, así como en la pérdida de capacidad adquisitiva con el aumento de costes de manutención y necesidades básicas.

Este hecho es el mismo que hemos observado en la última fase del capitalismo tardío, con la gentrificación y turistificación de muchos de los barrios obreros y cascos históricos. En la actualidad, con el aumento del comercio electrónico, vemos cómo la ciudad se vacía de tiendas de comercio local, se llena de camiones de reparto, se construyen grandes centros logísticos, y aumenta la congestión con el consiguiente aumento de la contaminación.

¿Y cuáles son las propuestas del capitalismo? Más capitalismo, de manos de soluciones tecnológicas, apostando por la Inteligencia Artificial, el Big Data, la implantación del 5G, el empleo de vehículos eléctricos autónomos y de drones.

Vemos cómo el actual modelo económico y social, basado en el crecimiento exponencial de la economía, en la deuda, en el extractivismo masivo de recursos naturales y el consumismo moldea el espacio natural y urbano a su antojo, sin asumir la responsabilidad de las consecuencias que genera con su funcionamiento (incluyendo las crisis cíclicas que forman parte de su dinámica natural). Y ahora, a paso cambiado, experimentamos otra consecuencia más, hasta ahora infravalorada: el aumento de las enfermedades urbanas y el riesgo epidemiológico.

Según el estudio "Targeting Transmission Pathways for Emerging Zoonotic Disease Surveillance and Control" (Loh et al, 2015):

"las principales causas de la aparición de enfermedades zoonóticas (transmitidas de animales no humanos a humanos) son la deforestación y cambios en el uso del suelo (31%), la agricultura industrial (15%), el comercio y el transporte internacional (13%), la industria médica y farmacéutica (11%), las guerras y las hambrunas (7%), el clima (6%), la demografía y el comportamiento del ser humano (4%), el desmantelamiento de la sanidad pública (3%) y el mercado de carne de alimentos silvestres (3%)."

Si atendemos a los agentes que influyen en la dispersión de enfermedades, podemos destacar el clima, la estacionalidad, la demografía y la globalización. Según estimaciones de la ONU, en tan solo un siglo, desde 1950 a 2050, la población mundial que vive en ciudades o zonas urbanas pasará de 700 millones de personas a cerca de 6,5 mil millones.

Actualmente más del 55% de la población mundial vive en ciudades o zonas urbanas. En la UE esta cifra llega a ser superior al 73%, y en España del 79%, además de tener una enorme concentración en las ciudades más pobladas. Para el año 2050 se estima que las cifras mundiales aumentarán hasta casi el 70%, por lo que se puede llegar fácilmente a la conclusión de que el riesgo de dispersión de enfermedades también aumentará.

Es evidente que las enfermedades urbanas y las pandemias son también un problema de planificación urbana y territorial, pero sobre todo son un problema sistémico, ya que es éste el que genera la mayor parte de las causas y factores de dispersión de las mismas. La actual crisis sanitaria, ecológica y económica debe hacernos cuestionar radicalmente el propio sistema, siendo indispensable acudir a la raíz de los problemas, y realizar un análisis deductivo e inductivo del capitalismo.

Capitalismo y pandemias en el siglo XXI

Si atendemos a la particularidad de los espacios urbanizados debemos cuestionar cómo modificamos y habitamos el espacio natural, qué tipo de espacios urbanos generamos, a qué causas responden o qué consecuencias generan. La aglomeración masiva de millones de personas en un mismo espacio, dentro de un mundo globalizado e interdependiente genera inevitablemente una serie de complejidades sistémicas mayor que las soluciones que propone y lleva a cabo.

La interrelación de las actividades socioeconómicas de los diferentes territorios, la elevada influencia de las grandes ciudades sobre los territorios circundantes, la densidad poblacional, y la elevada cantidad de desplazamientos diarios favorece la dispersión de cualquier enfermedad.

Es necesario realizar un análisis profundo y una crítica fundamentada que cuestione la idoneidad de nuestro actual modo de vida, la actual ordenación del territorio, los modelos urbanos de concentración de población, producción y economía; el aumento del tejido urbano, el impacto medioambiental de las zonas urbanas, la dependencia de recursos de las ciudades, etc.

Si trasladamos la reflexión a la cotidinaneidad actual, podemos hacer un claro autoanálisis de cómo todas esas consecuencias urbanas del capitalismo condicionan nuestras vidas. Basta con responder una serie de sencillas preguntas sobre la vivienda en las que estamos confinados: superficie, número de estancias, personas que habitamos en ella, existencia de zonas exteriores (balcón, terraza o jardín), cantidad de sol que recibe, si es interior o exterior, número de estancias que tienen ventanas, existencia de problemas de habitabilidad (acústicos, térmicos, de ventilación y de confort espacial y visual), accesibilidad, antigüedad de la vivienda, acceso a servicios básicos (agua, electricidad, gas, calefacción, comunicaciones), proximidad de zonas verdes, distancia al centro de trabajo o de estudios o la proximidad de servicios básicos (hospitales, centros médicos, tiendas, etc).

El análisis debe ser extendido a la forma en que el entorno urbano condiciona nuestras vidas directa o indirectamente: población total, densidad de población, densidad de viviendas, compacidad del espacio urbano, distancia, tiempo y modo de desplazamientos; morfología de la ciudad, existencia de zonas sectorizadas o no (en barrios residenciales, zona empresarial, zona monumental, zona de servicios y ocio), tipos de transporte más empleados, superficie del área urbana, superficie y distribución de zonas verdes, calidad del aire, confort acústico, confort térmico, accesibilidad, proporción de calles, cantidad de árboles, distancia a redes de transporte público, etc.

Estos indicadores intervienen en la dispersión de enfermedades y la generación de epidemias o pandemias, pero también en la habitabilidad de los entornos urbanizados en el caso de que esas enfermedades se propaguen. El urbanismo no puede desentenderse jamás de su dimensión sanitaria y ecológica, ni del sistema socioeconómico que lo genera. La ruptura del equilibro natural suele desencadenar una serie de cambios ecológicos con consecuencias fatales.

En la crisis sanitaria actual, vemos que existen una serie de factores potenciadores de la probabilidad de riesgo de propagación e impacto: las zonas más castigadas se corresponden con las más densamente pobladas, las más dependientes del turismo, las que más desplazamientos generan, y las que tienen niveles más altos de contaminación.

La transformación del urbanismo hacia una sostenibilidad real no puede darse sin la conformación de una alternativa al capitalismo. Todas las propuestas reactivas adaptativas que se planteen en las ciudades serán insuficientes al intervenirse en un nivel intermedio en la responsabilidad de las causas y propagación de esas enfermedades.

Si realmente queremos minimizar futuras enfermedades y pandemias, es necesario modelar una alternativa que posibilite una nueva distribución territorial, unas nuevas dinámicas poblacionales, una economía que no se base en la deuda y el crecimiento infinito, pero sobre todo es necesario un nuevo sistema que lo permita. Dejemos de normalizar y convivir en la distopía, y luchemos por crear y hacer realidad la utopía.