LA NACION | OPINIÓN
Fernando Diez
PARA LA NACION
La actual controversia sobre el destino de los terrenos ribereños de Costa Salguero se basa en el cuestionamiento al proyecto llevado adelante por el gobierno porteño para vender una parte del suelo con destino para usos privados, comerciales, oficinas y viviendas temporarias.
Se cuestionan dos aspectos: el primero, la enajenación de tierras públicas, que bien podrían destinarse en su totalidad a parques públicos de los que la ciudad carece en suficiente cantidad. El segundo, concierne a la seguridad, ya que el proyecto propone edificar sobre la línea de aproximación de la pista de Aeroparque, como si se hubiera olvidado por completo el trágico accidente de LAPA de 1999, cuando un avión atravesó la avenida costanera para terminar en unos terrenos de uso deportivo mayormente vacíos, razón por la que las víctimas fatales fuera del avión fueron dos y no una cifra mayor. A este aspecto habría que sumar la más elemental consideración ambiental: ¿tienen sentido unas oficinas o viviendas sobre las cuales cada 5 minutos pasará un avión produciendo un ruido atronador?
Pero esta controversia, por legítima que sea, revela un problema mayor: la falta de una visión estratégica para el futuro de la ciudad.
Viviendas, oficinas o comercios podrían construirse en cualquier otro lado de la ciudad, pero algunas infraestructuras claves para la sustentabilidad futura de la ciudad solo podrían instalarse en los terrenos ribereños y portuarios como los que ocupa el proyecto, que se extiende sobre el borde de la dársena F, desde donde salían antaño los hidroaviones y donde luego se instalaron las areneras, funcionando como puerto fluvial de cercanías, que ofrece el modo más sustentable de transporte posible.
¿Tiene la ciudad algún plan para prescindir de los combustibles fósiles? Ya hay ciudades, como Copenhague, que se han comprometido a alcanzar la neutralidad en carbón en el año 2025, es decir, reducir a cero sus emisiones de CO2. Los medios para alcanzar tales objetivos son múltiples, pero uno de ellos es utilizar transportes de bajas emisiones e instalar fuentes de energías renovables. Entre estas últimas están los grandes generadores eólicos, que para el caso de la ciudad de Buenos Aires, seguramente deberían instalarse sobre el río y en terrenos de las zonas portuarias.
Una vez que la ciudad adquirió el estatus de su autonomía, no parece ya posible pensarla como una ciudad administrativa, como habían imaginado las doctrinas urbanísticas funcionalistas que en los años 70 promovieron la expulsión de las industrias de la ciudad. Tanto desde un punto de vista medioambiental como político, la ciudad debería repensarse como una ciudad productiva.
La autonomía de la ciudad de Buenos Aires es una realidad política, pero de hecho la ciudad es dependiente en casi todos los aspectos de su funcionamiento, y aunque genera su propia energía, sus centrales térmicas son alimentadas con combustibles fósiles.
El conocido profesor y urbanista del City College de Nueva York Michael Sorkin (lamentablemente ahora fallecido por Covid-19) había propuesto en 2006, a través de la plataforma Terreform, un programa para comenzar a diseñar "Autonomous New York", investigando hasta qué punto la ciudad podría ser autosuficiente en términos de alimentos, deshechos, agua, movimiento, construcción, energía y calidad del aire.
La proclamada autonomía de la ciudad de Buenos Aires solo podría afirmarse en una mayor independencia real en esos mismos rubros. Promoviendo transporte más sustentable que consuma menos energía, reduciendo y reciclando sus residuos, produciendo más alimentos en huertas urbanas, generando su propia energía de fuentes renovables, y desarrollando nuevas industrias productivas. En todos estos aspectos, el puerto es un capital vital, y los terrenos costeros, un recurso estratégico que debería ser objeto de una visión de largo plazo.
Urbanista, profesor en la Universidad de Palermo, integrante de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente