Territorios, Proyectos e Infraestructura para el AMBA

161 RODOLFO ARADAS INUNDACIONES Esto llevaría aparejada la necesidad de obras de infraestructura de envergadura aún mayor, que podría comenzar a entrar en conflicto con el resto de la infraestructura de servicios de la ciudad. Al punto anterior se suma un tema muy complejo como es la falsa sensación de seguridad y suficiencia que generan las obras, concepto que en muchas ocasiones termina aumentando la vulnerabilidad de la población. Históricamente, la gestión de riesgo hídrico y fundamentalmente la estrategia de intervención comúnmente adoptada (las medidas estructurales), generaron dos vicios ocultos interrelacionados y de elevado impacto. Por un lado, toda obra de protección siempre generó una sensa- ción de seguridad en exceso de su estándar de protección; esto principalmente asociado a la manera de comunicar su estándar de diseño mediante la recurrencia (en años) de los eventos de diseño hidrológicos. Dicho exceso de seguridad trajo siempre aparejado un “crédito” para el desarrollo de infraestructura ur- bana en zonas vulnerables que no hace otra cosa que exacerbar el daño residual potencial del sistema. Una obra de mitigación de riesgo tiene por objetivo principal la protección (para un estándar dado) de la infraestructura existente y no debe ser visto como un permiso de desarrollo irrestricto de las áreas protegidas (ver recuadro “El concepto de mitigación y desarrollo”). Toda esta situación lleva a considerar cada vez con más urgencia modelos de gestión que apunten a aumentar la resiliencia del conjunto de actividades y personas expuestas, es decir su forta- lecimiento para resistir el impacto de estos eventos, por ejemplo mediante la implementación de sistemas de alerta, campañas de educación, y todo lo concerniente a la gestión urbana en su más amplio sentido, cuya falta claramente podría agravar situaciones con una elevada vulnerabilidad natural de base. En síntesis el desarrollo de obras de infraestructura es clave, máxime en áreas cuya situación actual se encuentra muy pos- tergada por muchas décadas de falta de inversión en la materia; pero claramente no es suficiente ante las demandas de la socie- dad en el contexto climático actual. Finalmente se enumeran algunas recomendaciones específicas que intentan sentar las bases para la gestión futura: - Desarrollar planes integrales a nivel de cuenca donde no los hay, y luego darle continuidad a su implementación; - Salvar definitivamente el paradigma de jurisdicción vs. cuenca, mediante la formación de comités técnicos de análisis únicos; - Profundizar la concientización del riesgo de inundación, cen- trándonos más en el término de vulnerabilidad que en la riguro- sidad con la que se cuantifica el peligro; - Planificar el uso del suelo poniendo en su justa medida la “segu- ridad” que brinda una obra; - Diseñar y verificar las estrategias de intervención para un am- plio espectro de eventos de manera de reconocer explícitamente la incertidumbre inherente a los procesos meteorológicos (ver recuadro “Las grandes estrategias de intervención estructural”). - Adoptar un criterio de escorrentía adicional “cero” para todo nuevo desarrollo urbano de manera de preservar el estándar de infraestructura existente, es decir que cada nuevo desarrollo debe absorber y gestionar internamente el excedente de esco- rrentía que el nuevo desarrollo impone; - Contar con registros meteorológicos que permitan una correcta interpretación de los aspectos temporales y espaciales de los eventos de tormenta; - Revisar periódicamente las medidas propuestas en los planes directores para adaptarse a la evolución de la problemática y de la situación de la cuenca; - Intentar hacer nuevamente más visible los rasgos geomorfoló- gicos de los sistemas de desagüe e incorporarlo como layer obli- gatorio en la cartografía urbana.

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