En Costanera Norte, los nuevos restaurantes que modernizan un polo gastronómico histórico de Buenos Aires

Clarín por Daniela Gutierrez

  • Perdió su brillo en los años noventa pero de a poco vuelve a ganar protagonismo en el mapa porteño.
  • Hace años se vienen incorporando espacios jóvenes y en los últimos meses, 3 nuevos locales bien contemporáneos.

Durante años, la Costanera fue el rincón favorito de los que sabían dónde se comía bien... En los 70 y 80, brillaban parrillas como Los Años Locos, rodeadas de carritos donde se pedía choripán con la misma pasión que se gritaba un gol en la cancha. Le decían “el mostrador más largo del mundo” y no era para menos: era territorio compartido por famosos, familias y fanáticos del bife con vista al río.

Pero el esplendor se esfumó con el mismo ritmo con el que llegaron las torres a Puerto Madero y las cócteles a Las Cañitas. En los 90, la Costanera entró en modo pausa: líos con las concesiones, cierre de locales, y una postal que pasó de vibrante a melancólica. De pronto, el asado con aire costero quedó fuera del radar, como una ex estrella de novela que ya no llaman ni para los reality shows.

Sin embargo, si algo tiene la gastronomía es que nunca baja la persiana del todo. Hoy, la Costanera se reinventa con cara lavada y menú nuevo: cocina peruana de alto vuelo, fuegos con nombre y apellido, coctelería con currículum. El río sigue ahí, igual de fotogénico, pero ahora con tragos que tienen recetas más nutridas de ingredientes que la lista de Spotify de un chef. La Costanera volvió. Y esta vez, viene con hambre.

La historia de los restaurantes de Costanera norte

La historia gastronómica de la Costanera empezó en el sur. Durante la primera mitad del siglo XX, la Costanera Sur fue el paseo más popular entre los porteños. La gente se bañaba en el Río de la Plata, visitaba el balneario y se sentaba en alguno de los numerosos restaurantes o cervecerías, como la icónica Cervecería Munich (hoy sede del Centro de Museos de Buenos Aires y del MIJU). De día era punto de encuentro familiar, de noche, escenario de músicos y artistas de la época.

En esa época surgieron los primeros carritos: pequeños triciclos donde la gente paraba a comer algo rápido y a refugiarse del calor junto al río. Con el tiempo, esos pioneros de la comida al paso se trasladaron a la Costanera Norte, donde evolucionaron y terminaron convirtiéndose en los antecesores directos de los food trucks. Le decían “el mostrador más largo del mundo”: más de 20 carritos repartidos a lo largo de cinco kilómetros.

En las décadas del 70 y del 80, la Costanera Norte alcanzó su apogeo. Se transformó en sinónimo de buena gastronomía y glamour, con parrillas de primer nivel como Los Años Locos y una vida nocturna activa, frecuentada por famosos y familias por igual. Pero el esplendor comenzó a apagarse cuando, en los 90, otras zonas como Puerto Madero y Las Cañitas tomaron protagonismo y atrajeron al público con nuevas propuestas.

El golpe más duro llegó en 1997, cuando el gobierno porteño –recién asumido Fernando de la Rúa como jefe de Gobierno– denunció que la mayoría de los locales tenía las concesiones vencidas o no pagaba los cánones de alquiler. Se inició entonces una batalla legal. Algunos aceptaron regularizar su situación; otros no corrieron la misma suerte. En dos años, desaparecieron nueve locales icónicos: Sky Ranch, Punta Recoleta, Yo y Él, Mac Papas, Punta Gorlero, La Fiesta del Revival, Colorado el 18, Heaven y Costanera Planet.

Tras años de abandono y nostalgia, en los últimos tiempos la Costanera volvió a ser protagonista. La Ciudad apostó fuerte a recuperar el borde del río como espacio de disfrute, y con eso llegó una nueva camada de aperturas gastronómicas que reconfiguraron el paisaje.

Happening es el único sobreviviente de la época dorada: empezó como un carrito en los años 60 y se convirtió en un clásico de carnes de excelencia que, décadas después, sigue manteniendo su nivel.

En los últimos años, una nueva camada de restaurantes fue renovando la escena, con propuestas más relajadas y pensadas para un público joven. Enero, por ejemplo, combina cocina y coctelería en un entorno de estética selvática. Ribs al Río, en cambio, apuesta por una cocina más simple y directa, sin vueltas.

En los últimos meses desembarcó Costa 7070, con coctelería firmada por Inés de los Santos y cocina del prestigioso ex chef de Chila, Pedro Bargero. Más recientes son las aperturas de un rincón de alta cocina peruana y un templo para carnívoros exigentes: Tigre Morado y Dragón Blanco -ambos pertenecen a los mismos dueños, el Grupo Fabric-.

Máximo Pellegrino, gerente general de esa firma, explica que eligieron instalarse en Costanera Norte porque se está consolidando como un polo gastronómico dinámico y en expansión. "Fabric Dragón Blanco y Tigre Morado Costanera no son solo restaurantes, sino una experiencia sensorial que fusiona gastronomía, arquitectura y entretenimiento, todo en un entorno único frente al río", aporta.

En Costanera Norte se respira aire de renovación, pero también de reencuentro: con el río, con los sabores, con una postal porteña que parecía perdida y hoy vuelve a desplegar su encanto. La Costanera se reinventa, pero no olvida su historia.

En Costanera Norte, un dragón blanco de más de 20 metros recibe a los comensales con la boca abierta. Literal. La criatura mitológica que decora el interior de Fabric Dragón Blanco fue creada por artistas argentinos en símil piedra e inspirada en dragones asiáticos, y atraviesa todo el salón como si fuera el guardián de la experiencia gastronómica que está por comenzar. En este restaurante, la premisa es una cocina que cruza sabores e ingredientes de Asia y América en platos donde el fuego es protagonista.

El sushi ocupa un lugar central. En una barra comandada por itamaes, se preparan piezas en vivo y se ofrece la experiencia omakase, donde el comensal se entrega por completo a la selección del chef. El salón, de espíritu sofisticado y moderno, invita tanto al ritual del sushi como a descubrir platos más callejeros pero con impronta refinada, como el Katsu Sando, con bife furai o pescado blanco en pan sellado; los Siu Mai Dumplings de cerdo y langostino con huevas de trucha; o el Korean Crispy Chikin’, muslitos crocantes con kimchi, salsa agridulce y emulsión de cilantro.