18.08.2020 BORDE COSTERO

Todo esto antes era río

Autor: Martín Huberman
Compelido por la necesidad de escribir, a partir del concurso de ideas urbanas del GCABA "como antesala del fin de la concesión y la subsiguiente recuperación de las tierras concedidas a los actuales Punta Carrasco y Costa Salguero por 30 años en 1991 y mediante el cual la Ciudad plantea una apertura al debate sobre el futuro de ese único y aún incierto borde que la delimita al Este, el vapuleado Río de la Plata", Martín Huberman escribió Todo esto antes era río para la revista Panamá. En su texto, da cuenta de los movimientos de este borde costero que no fueron "naturales" y que -de algún modo- no le pertenecen. Huberman manifiesta la tensión entre el vacío y algo que, entonces, debe ser rellenado, plantea la notoria diferencia entre abrir un debate o cerrarlo con ideas elegidas y denuncia explícitamente las operaciones de greenwashing que intentan borrarse con lo que es, a su criterio, una (¿buena?) estrategia de naming. Y, quizá por sobre todas las cosas, desea que dejemos de jugarle pulseadas al río.

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Nota de la revista Panamá

http://www.panamarevista.com/todo-esto-antes-era-rio/

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A partir de la reciente celebración de un concurso de ideas urbanas promovido desde el Gobierno -como antesala del fin de la concesión y la subsiguiente recuperación de las tierras concedidas a los actuales Punta Carrasco y Costa Salguero por 30 años en 1991- y mediante el cual la Ciudad plantea una apertura al debate sobre el futuro de ese único y aún incierto borde que la delimita al Este, el vapuleado Río de la Plata, escribo este texto. Esta es la elaboración que pude hacer desde la perspectiva de un vecino, un porteño y especialmente de un arquitecto que se formó académicamente a la vera del Río. He sido, también, un usuario intensivo del mismo habiéndolo corrido, pedaleado, navegado, veraneado, peloteado, noctambuleado y por encima de todas las anteriores, choripaneado . Ese borde que se cree ciudad (pero que todos sabemos que de verdad le corresponde al Río) es mi frontera urbana favorita. En el tiempo que fui desarrollando todas esas actividades, fui testigo de cómo ese borde se movía. Un movimiento lejano al que dictan las mareas, que se lo apropian para luego devolverlo, o las sudestadas que con violencia parecen reclamar aquello que les han robado. Este ha sido un movimiento lineal, uniforme, terraforme para ser más preciso, un desmoronamiento de la urbe hacia el agua, y todo bajo el paraguas de los mal llamados rellenos. ¿No se rellena acaso aquello que está vacío?

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Ignacio Coló – Serie Carritos, Entorno – 2011

Una mirada contemporánea debería condenar esa terminología: lejos de ser un vacío, el Río es vida, ecosistema, balance y por sobre todas las cosas, el río es lo que somos.

El Río que para los porteños se escribe con mayúscula porque es el único que puede pelearle por escala o por historia el estrellato a la Capital. Un Río en gran parte inabarcable, porque ha sido imposible combinar ese marrón opaco y fulero con los idealismos estéticos que vinieron de afuera y que a lo largo de la historia intentamos impostarle, ensayando en la prosa y en la poesía, el mito del pantano plateado. Nuestro Río, hoy único sobreviviente a gestiones de excedencia antropocénica en las que se acumulan años de debacles hídricas, a partir de un plan sistémico por el cual la ciudad se propuso enterrar sus meandros, borrar sus arroyos y aniquilar a sangre fría a la mayor de sus cuencas. Aquel Río que con menuda resiliencia aún se pondera como tal, aunque en sus bañados hayamos volcado edificios enteros para dar lugar a las más grandes avenidas, fósiles urbanos producto del trazado de nuestras escuetas líneas de subte y basura de la más pura y dura, hoy la única navegante de ese antiguo entramado pampeano de meandros que desagotaban la llanura en el mar. 

"UNA MIRADA CONTEMPORÁNEA DEBERÍA CONDENAR ESA TERMINOLOGÍA:
LEJOS DE SER UN VACÍO, EL RÍO ES VIDA, ECOSISTEMA, BALANCE Y POR SOBRE TODAS LAS COSAS, EL RÍO ES LO QUE SOMOS."

 Los porteños somos también un meandro devenido en sistema cloacal.

Plantear un concurso de arquitectura como una instancia de apertura al debate sobre el futuro de la relación de Buenos Aires con su Río (en lugar de un posible cierre) es una estrategia que se vale de la buena imagen pública que tienen este tipo de compulsas populares, donde hay un consenso aparente por parte de los participantes a las ideas que el concurso pregona, pero en realidad no hace más que desviar el foco de los intereses reales de sus promotores. Los concursos de arquitectura, como cualquier otra competencia, tienen como objetivo declarar como ganador al proyecto que hace una mejor lectura del sitio, del programa, pero por sobre todo, de las bases del mismo. Y por lectura me refiero a una interpretación que sepa articular hasta lo que las bases adolecen pero siempre, y esto es fundamental, siempre, debe respetar las bases. La pregunta entonces es, si el debate en lugar de abrirse mediante un concurso consumado, donde no queda más que hablar sobre los proyectos galardonados, no debería darse sobre todo aquello que sus las bases permiten y sin dudas omiten. Las bases de un concurso, como las leyes, códigos o cualquier otro reglamento, son una legitimación de una posición tomada. Y sobre esto es que me interesa quizás dedicar las próximas líneas de pensamiento, abriendo el juego al lenguaje vecino y no al profesional, sobre una sigilosa posición tomada de la corriente administración pública de la ciudad sobre esos, nuestros terrenos difusos.

"LAS BASES DE UN CONCURSO, COMO LAS LEYES, CÓDIGOS O CUALQUIER OTRO REGLAMENTO, SON UNA LEGITIMACIÓN DE UNA POSICIÓN TOMADA"


La discontinuidad de los parques

El reglamento del concurso es bien completo, y en el se esbozan y enumeran varias ideas que el Gobierno flamea como conquistas, para sentar las bases de una nueva gesta, en este caso llamada por “los reyes del naming” Parque Salguero. En los últimos años, la nomenclatura PARQUE ha ido perdiendo grandilocuencia en la Ciudad de Buenos Aires. Los grandes y centenarios parques urbanos que hacen de pulmón a la ciudad como el Centenario, el Saavedra, el 3 de Febrero, el Rivadavia, el Indoamericano, por nombrar algunos y hasta el pequeño Parque Las Heras, quizás el Plutón de los parques porteños, han pasado a compartir sus extensos laureles con espacios públicos que se arriman por extensión o por impacto a lo que otrora se conocía como una plaza. 

La nomenclatura PARQUE es hoy una parte fundamental de una estrategia de “greenwashing” político con el que se intenta comunicar algunos de los proyectos urbanos ponderados por la Ciudad. El greenwashing es aquel artilugio por el cual se utilizan ciertas escuetas características ecos-sustentables de un proyecto, como la existencia de áreas verdes, para tapar el impacto real del mismo, como la densificación y la posterior mercantilización de tierras públicas. Por normativa aquellos lotes que pasan del dominio público al privado deberán respetar un sistema preestablecido de ocupación del suelo conocido como 65/35. El mismo destina el 65% de la superficie de la tierra a las áreas públicas y el 35% restante a áreas privadas edificables. A vuelo de pájaro, parece una relación idónea, hasta que uno entiende que el percentil de área publica no equivale en su totalidad a áreas verdes, sino que en el deberán computarse todas las calles y veredas que componen al trazado concursado (el asfalto de nuestras calles es por superficie total una de las mayores áreas públicas que ofrece la ciudad) y en el caso de los 35% restantes, estos podrán ser explotados en altura, a veces hasta triplicando la superficie total del predio. 

"EL GREENWASHING ES AQUEL ARTILUGIO POR EL CUAL SE UTILIZAN CIERTAS ESCUETAS CARACTERÍSTICAS ECOS-SUSTENTABLES DE UN PROYECTO, COMO LA EXISTENCIA DE ÁREAS VERDES, PARA TAPAR EL IMPACTO REAL DEL MISMO, COMO LA DENSIFICACIÓN Y LA POSTERIOR MERCANTILIZACIÓN DE TIERRAS PÚBLICAS"

El más claro ejemplo de este esquema del desarrollismo urbano contemporáneo, es el recientemente llamado “Parque de la Innovación” que será edificado en las doce hectáreas (120.000m2) dónde aún hoy funciona el club Tiro Federal, y contará con un total de 330.000 metros cuadrados construidos entre edificios públicos, semi-públicos y privados. Aun si el 65% del predio fuese completamente verde, imaginemos un bosque nativo atravesado por el otrora entubado arroyo White, sin ninguna calle, vereda, ni siquiera una de esas baldosas graníticas que hoy hacen furor en baires, estaríamos hablando de tan solo 78.000 m2. Una bicoca contra los más de 250.000 metros cuadrados privados que harán de sendos inversores amos y señores del último gran “parque” porteño. Asi es como una apropiación estilística del lenguaje puede esconder una estrategia política para hacer negocios con lo difuso. Y eso es lo que entre líneas pondera el concurso para los aproximadamente 321.000 m2 que componen al nuevo y costero Parque Salguero.


Las catástrofes planificadas

En mis casi cuarenta años como ribereño no he visto ese borde moverse y activarse como lo hizo en estos últimos quince años. Después de todo, ese es el tiempo en que se gesta el territorio. Un tiempo que en nuestro país es poco común para la política, que lleva al cortoplacismo como estandarte de un accionar carente de visión de futuro. Sin embargo me animo a afirmar que el largo placismo fruto de administraciones sucesivas tampoco es garante de utopías. Para ello no hace falta siquiera recorrer el río a pie, ya que un simple sobrevuelo a ojo de Google sirve para descubrir como este Río dista de aquel que nuestra ciudad se sueña con merecer. 

En las bases del concurso, bajo el capítulo de antecedentes, la administración elige omitir o tocar en eufemismos una parte importante de la historia reciente del Río. Especialmente aquella en la que se han ahogado las tragedias, para dar lugar a las siempre pictóricas anécdotas de un relato estilizado que incluye hasta los delirios urbanos que el propio Le Corbusier soñó con impregnarle a nuestra ciudad. El olvido es después de todo un gran aliado a la hora de hacer política

Esta historia arranca en la mañana de un ex Ministro que en recorrida proselitista por la Costanera Norte del Río de la Plata, no pudo contener sus imperiosas ganas parafrasear al propio David Byrne y su hermosa oda postapocalíptica “Nothing but Flowers”, para hacer poesía interpretativa, en formato millenial a través de una sucesión de historias en sus redes sociales. El tema de Byrne, a mi criterio uno de los más bellos de Talking Heads, es una hipnótica melodía multi-culti propia del new-wave ochentoso, que describe con irónica armonía las añoranzas de un urbanita ante las transformaciones de una ciudad que fue reconquistada por la naturaleza. Los autos desaparecieron, shoppings y pizzerías se cubrieron por flores, las fábricas dieron lugar a los ríos y los estacionamientos volvieron a ser oasis. Asqueado de tanta naturaleza, aquel personaje pide a gritos volver a su estilo de vida urbano, de asfalto y cemento. 

Con obtusa literalidad, el hoy ex Ministro (o su Community Manager) posteaba alegremente lo siguiente:

“Recorrí la obra del relleno costero con la que vamos a ganar terreno al río para ampliar aeroparque

Todo esto antes era río

Lo vamos a transformar en un estacionamiento, espacio público y una nueva vialidad.”

Capturas de pantalla del autor – Instagram Guillermo Dietrich , 2019

Lejos de Byrne, la new wave y la mar en coche, lo que ese tríptico denotaba con falaz inocencia era una continuidad en la política de Estado frente al principal ecosistema hídrico que aún conserva la ciudad. 

El lenguaje es certero en eso de anclar los conceptos y aquel que crea que aún debemos “ganarle” algo al Río debería rever como años de pésima planificación hídrica hicieron de Buenos Aires una ciudad que sin catástrofes naturales propias adoptara a las inundaciones como su enemigo natural. Asi es, sin huracanes, terremotos, ni tsunamis, Buenos Aires se supo construir sus inundaciones a base de “ganarle” a los ríos algo de espacio para hacer crecer la urbe. Pero los ríos no se definen únicamente por sus causes, sino por sus cuencas, y algunas recorren varios kilómetros conectadas a partir de cotas bajas que garantizan junto a la propia gravedad el libre escurrimiento de las aguas. Esas cotas, invisibles hoy pero perceptibles al cruzar la ciudad en bicicleta, unen por lo bajo diferentes barrios de la ciudad, que quizás parecen lejanos, pero que mediante vasos comunicantes terminan conectados por el desborde de aquel río que los hermana en la mala. Mitigar ese pasado, esa mala planificación, ha resultado en una enorme transformación del borde del Río de la Plata.

"AQUEL QUE CREA QUE AÚN DEBEMOS GANARLE ALGO AL RÍO DEBERÍA REVER COMO AÑOS DE PÉSIMA PLANIFICACIÓN HÍDRICA HICIERON DE BUENOS AIRES UNA CIUDAD QUE SIN CATÁSTROFES NATURALES PROPIAS ADOPTARA A LAS INUNDACIONES COMO SU ENEMIGO NATURAL. ASI ES, SIN HURACANES, TERREMOTOS, NI TSUNAMIS, BUENOS AIRES SE SUPO CONSTRUIR SUS INUNDACIONES A BASE DE “GANARLE” A LOS RÍOS ALGO DE ESPACIO PARA HACER CRECER LA URBE."

Durante años vimos como sus apenas siete kilómetros lineales de área pública fueran intervenidos por tres enormes obradores que vedaron el acceso al Río. Desde ahí se han forjado las camisas de fuerza que entubaron en dovelas de hormigón a “los problemáticos” arroyos que inundaban la ciudad. El río es antes que nada y después de todo una pieza de infraestructura fundamental a la nueva cotidianeidad seca que la ciudad intenta plasmarle a un oriundo territorio húmedo. Infraestructura pensada unilateralmente, un problema una solución pura y absoluta, un río desbordante, un tubo, un tubo, una fábrica al borde del río, una fábrica al borde del río y el adiós al río como futuro.


Amancio Williams – Aeropuerto de Buenos Aires, fotomontaje, 1945 ©Archivo Williams 

En esa misma factura se gestó la nueva ampliación del Aeroparque que en la más lineal de las “últimas revoluciones” vio crecer su privilegiada posición frente al Río. Y en el crecieron oficinas públicas a todo lujo, torres de hormigón para apilar autos y ahora también para hundirlos en el río. Llego a pensar que lo que nos incomodaba de aquella idea de la Aeroisla, no era sólo la descabellada mirada de ese futuro noventoso al que se llegaba engañando al soberano y salteando etapas sino la propia literalidad morfológica de la isla. Geografía algo esquiva a los porteños, que ya no nos reconocemos en ese pasado de delta y que sin lugar a dudas nos acomodamos rápidamente en el confort de esas penínsulas impostadas al Río. 

Parte de este nuevo movimiento es también resultante de otra de esas tragedias planificadas que nos definen a los argentinos, aquella que se dibujó en los márgenes de una pista corta, la falta de controles y un avión que nunca dejó de carretear hasta impactar con las máquinas que hacían mantenimiento del frente del llamado Costa Salguero. A partir de la tragedia se sucedieron las discusiones, los juicios, los pases de factura, hasta que el tiempo hizo lo suyo, y del posible desmantelamiento de la estación ribereña en 2005 se pasó tan sólo diez años después, al completo redibujo de la costa en pos de un funcionamiento más eficiente. El pasado, pisado y enterrado. 


Acceso a Punta Carrasco con Restos del avion LAPA 3142 – Foto DYN

El Río es también el escenario grotesco de nuestras decisiones, una acumulación de pequeños parches, que se apilan sin solución de continuidad, pasando por arriba de todo, incluso de aquel muelle eterno en el que de chiquito veía desfilar a los pescadores hacia su club, un artefacto diseñado para alejárlos de la costa y enfrentarlos cara a cara a la fauna rebelde del Río, y que hoy no es más que un testigo de la ciudad que se alimenta a Río.


La última frontera.

Siempre me pregunté porque el borde del Río era una simple vereda. Pensé por un tiempo que no era más que una mera traslación estilística de la antigua relación barrial que nuestros antepasados tuvieron con aquellos ríos, hoy entubados. Antes de que el Río fuera separado en dos kilómetros de su lugar natural y de la barranca, su ancestral consorte topográfico, la relación de Buenos Aires y sus ríos era aquella derimida en las mismas veredas que se delimitan con el asfalto. Una zanja, un cordón, una vereda y unos puentes para saltar los charcos con naturalidad, asi era entonces. 

La Ciudad se alejó de sus ríos con una desidia que históricamente se acomodó bajo el trillado gesto galante y de inocua naturalidad cómo el de darle la espalda a aquello que no se respeta. Un mero eufemismo que se esconde detrás de una cómoda falacia. Buenos Aires no le ha dado la espalda al río, sino que hizo de él quizás el más grande de los capítulos de ese salvaje relato en el que nos prometemos un futuro que nos merecemos pero al que nunca volvemos a llegar. Asi como mundial tras mundial nos refugiamos en la numerología para encontrar atajos hacia ese regreso a la cima del mundo, el Río no se va a acercar en tanto no aceptemos que todo aquello que hicimos de él, fue de frente y dándole la cara.

"EL PROGRAMA DE PLAYAS PORTEÑAS, QUE EN MARZO DEL 2020 ENTRÓ EN LA ADOLESCENCIA, TRAS DOCE AÑOS DE HISTORIA, PARECE RESPONDER A ESA PREGUNTA DE MANERA TRIVIAL. ARENA TRAÍDA EN CAMIONES, SOMBRILLAS PROSELITISTAS QUE SE DESARMAN ANTES DE SER HURACANADAS POR LAS PRIMERAS SUDESTADAS DE ABRIL Y UNA SERIE DE PROPUESTAS EFÍMERAS QUE DURAN LO QUE UN AMOR DE VERANO"

Esto me trae finalmente a las puertas del que quizás fue uno de los programas más exitosos de la ciudad en su modelo importador de ideas foráneas, aparte del Metrobus, el programa de playas urbanas. Oriundo de la Paris socialista de Bertrand Delanoë, el programa nace en 2002 como una acción para contrarrestar el éxodo veraniego y dominical de los parisinos hacia las afueras. Al mismo tiempo que buscaba revitalizar esa mirada sesgada y aristócrata de los márgenes del Sena con un toque de ironía e histrionismo francés. Cajones de arena y voilá. Buenos Aires Playa nace en el fronterizo Parque de los Niños, hoy su versión Norte. Ese borde consolidado en parque, comparte la casta de los parques ribereños con el para muchos desconocido Parque de la Memoria. El Pasado, la memoria y el Futuro, los niños, paradójicamente lindan con la vasta y dramática llanura ocre de nuestro gran Río. Del otro lado, los uruguayos, contentos con la mano que les barajó la naturaleza nos saludan mientras observan como las corrientes del río Uruguay limpian sus costas en arenas prístinas, mientras la nuestra se sedimenta con todo aquello que viene navegando desde el corazón del continente formando un delta de fluctuante morfología. Es quizás esa la razón por la que nuestros vecinos tienen tan en claro que esa rambla en la que Montevideo le declara su amor consolidado al río en torres panorámicas que se acoplan al vaivén de la costa es el remate lógico para una ciudad que atardece en el agua. Mientras que nosotros parecemos ahogarnos hasta el infinito en la pregunta de, ¿qué debería ser el borde del río? 

El programa de playas porteñas, que en marzo del 2020 entró en la adolescencia, tras doce años de historia, parece responder a esa pregunta de manera trivial. Arena traída en camiones, sombrillas proselitistas que se desarman antes de ser huracanadas por las primeras sudestadas de Abril y una serie de propuestas efímeras que duran lo que un amor de verano. Las playas son, después de todo, un constructo foráneo para nuestra ciudad. Mientras tanto los oriundos localistas, aquellos estóicos pescadores riverplateistas, miran cómo su calmo y hobbista borde es fagocitado por la “temporada de playa”.


Imagen Atlas Archivo 2266 -wwww.atlasarchivo.com.ar

Con un aforo de aproximadamente medio millón de personas por temporada (casi un quinto de la población de la ciudad) y un total de cinco millones de visitantes desde sus comienzos, el programa es sin dudas un éxito. Durante las madrugadas del verano porteño es común ver un desfile de veraneantes caminar hacia la playa. Familias enteras bajan de las estaciones no tan cercanas, para emprender una travesía a pie, cargados de sillitas, bolsos, pelotas y heladeras repletas de alimentos y bebidas, fundamentales para atravesar el sopor de un día de verano porteño. La caminata aparte de ser inhóspita remata por lo general en largas colas que se aglutinan a la espera de la apertura de puertas. Aquellos cuyo trabajo semana a semana les recuerda que no por mucho madrugar se amanece más temprano, buscan asegurarse un lugar en el cupo playero. Una vez las puertas abiertas, un segundo corredor de 700 metros de largo, que con nefasta ironía fue llamado Tambor de Tacuarí en homenaje a un niño que muere en batalla mientras toca el tambor para dar coraje a las tropas, se define en una veredita que se codea las baldosas con una bicisenda. 

El drama que define el acceso al Parque de los Niños nos remite a como el diseño puede obrar para el mal. Según cuenta la leyenda, Walter Moses, el eterno planificador del área metropolitana de Nueva York, definió la altura de los puentes que circunscribían el acceso a las Playas de Long Island para que únicamente los autos pudieran pasar y no los buses. Restringiendo asi el acceso de las clases menos pudientes a los espacios de esparcimiento de Long Island. 

El enrejado circundante nos recuerda que el río por lo general también es de otros. A un lado y al otro, fastuosos clubes en tierras concesionadas hasta quién sabe cuando, cercan el acceso público al río, desarmando aquel poderoso instrumento de restricción al dominio y aún hoy derecho por constitución, el Camino de Sirga. Llegando al río, sobre uno de los márgenes hace unos meses que se ven movimientos de tierra, máquinas, hormigones y lo que podría leerse con esperanza como una expansión de los terrenos ganados por la cultura popular a fuerza de programas políticos exitosos. Pero en realidad no es más que un crudo recordatorio a ese Río que es también moneda de cambio cuando la política hace de la ciudad un bien de mercado.

"EL ENREJADO CIRCUNDANTE NOS RECUERDA QUE EL RÍO POR LO GENERAL TAMBIÉN ES DE OTROS. A UN LADO Y AL OTRO, FASTUOSOS CLUBES EN TIERRAS CONCESIONADAS HASTA QUIÉN SABE CUANDO, CERCAN EL ACCESO PÚBLICO AL RÍO, DESARMANDO AQUEL PODEROSO INSTRUMENTO DE RESTRICCIÓN AL DOMINIO Y AÚN HOY DERECHO POR CONSTITUCIÓN, EL CAMINO DE SIRGA"

En los terrenos del antiguo Club CASA, cuya concesión terminó hace unos años y en dónde hasta hace poco se iba a construir, siguiendo la tradición vernácula de hacer infraestructura frente al Río, una planta de tratamiento de residuos sólidos urbanos, hoy se ubica la obra del nuevo Club de Tiro de la Ciudad. Y es asi cómo la última pieza del engranaje “desarrollista” de la actual gestión, se constituye en la construcción con fondos públicos de 150.000 m2 de infraestructura deportiva y una concesión de las tierras costeras por 75 años a un club de tiro con tan sólo 5.000 socios (un 0.15% de la población de la ciudad). El proyecto que a ojos públicos es un misterio absoluto, ya que no aparece en ningún boletín oficial, ni fue parte de un concurso, contempla el esfuerzo de una administración por definir una agenda clara sobre cómo y dónde debe crecer la Ciudad. 


Club de Pescadores

Imagen Atlas Archivo 3620 -wwww.atlasarchivo.com.ar

Y asi cómo todo aquello que antes era río, dejó de serlo y los nuevos parques urbanos hacen del hormigón su fauna y flora más redundantes, Buenos Aires parece enfrentarse a este inicio del Siglo XXI haciendo un abuso político de la semántica, diluyendo operaciones inmobiliarias y procesos de puro mercantilismo en nuevas interpretaciones de las mismas palabras que la hicieron grande. El mito fundacional sobre el que fue fundada, como puerto por el cual circularía la plata del continente parece finalmente haber encontrado en este lenguaje político, el poder alquímico para hacer de ese fondo barroso la principal riqueza de esta ciudad. 

Después de todo, el barro seco es tierra y eso, hoy, vale más que la plata.

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Martín Huberman es arquitecto (FADU, UBA), diseñador y profesor.   
Luego de graduarse, en 2006, continuó su formación con posgrados en Buenos Aires y Estados Unidos.  
En 2008, creó Normal™. Desde allí impulsa y desarrolla su interés por la experimentación y la investigación proyectual aplicadas a la arquitectura, el diseño y la gestión cultural.